Image: Casi como metafísica

Image: Casi como metafísica

Opinión

Casi como metafísica

Por el camino de Umbral

18 julio, 2001 02:00

La escritura no sólo sirve para decir cosas, sino mayormente para descubrirlas. Una rosa de Quevedo o una idea de Hegel pueden marchitarse en el breve tránsito de los siglos, pero la cosa alumbrada sigue ahí, con su realidad gramatical, con su eficacia presencial y con su belleza.

Julio. Domingo, 8

José Antonio Marina ha escrito un hermoso y esclarecedor ensayo sobre mi utilización del lenguaje como obra, como creación del mundo y casi como metafísica. Marina es hoy nuestro pensador joven más abundante y elocuente, con una aportación de las últimas culturas extranjeras que no se daba en España desde Ortega. Este tipo de estudios consolidan mucho una obra y ayudan a verla en perspectiva. Una vez que se ha encontrado el punto de vista, cierto o incierto, no hay más que pasar y repasar todo el conjunto por ese punto de vista.

Para José Antonio Marina mi labor se cifra fundamentalmente en un esfuerzo con el lenguaje, con la escritura. Otras veces lo ha hecho entrando en los temas, las ideologías y la geometría del conjunto. Ahora, no. Ahora sólo son las palabras. Si uno fuese un melindroso asquerosito de estas cosas diría que no se puede estudiar el continente sin el contenido y otros tópicos de la cultura y de la crítica. Pero uno pretende no ser ese asquerosito y acepta alegremente el juego de Marina con mi juego. Lo que importa son las verdades que van saliendo por el camino, más que llegar a una tesis final, escurialense y pretenciosa.

Efectivamente, yo he trabajado mucho en el lenguaje por sí mismo, pero no por espiritualizar la palabra a la manera juanramoniana, sino por conseguir que él sea la obra misma, como otra forma de pensamiento, de narración y de construcción. Damos siempre por sabido que el estilo no es gratuito y que decir bien las cosas es decir más cosas y decir más las cosas. Pero luego esto se nos olvida y volvemos al tópico del lenguaje como damasquinado instrumento o adorno. No se puede estudiar una escritura sin poner al aire las ideas que remueve, y que no existirían si dijésemos esa misma cosa de otra forma. La escritura no sólo sirve para decir cosas, sino mayormente para descubrirlas, consagrarlas o crearlas y, sobre todo, que la escritura es la cosa creada, el objeto que antes no existía en la naturaleza. Una rosa de Quevedo o una idea de Hegel pueden marchitarse en el breve tránsito de los siglos, pero la cosa alumbrada sigue ahí, con su realidad gramatical, con su eficacia presencial y con su belleza.

Todas las artes son sustitutivos de las fenecidas religiones, y por eso los deístas se resisten a aceptar religiosamente la música o la poesía, sino que las encaminan a Dios. Ya los propios creadores han escrito muchas misas solemnes en música y en verso. Mas he aquí que la eficacia religiosa del arte no adopta nunca el comportamiento mezquino de las religiones, sino que sólo quiere constituir una realidad, añadir mundo al mundo aboliendo por indiferencia cualquier intención religiosa, cualquier apelación a Dios. Hay a lo largo de la Historia una guerra civil silenciosa entre religión y creación. La modernidad no es sino la toma del Palacio de Invierno y la profanación de las grandes catedrales almenadas. Muchos millones de seres que heredaron una religión arcaica o muerta, han vivido todo el siglo XX como feligreses del arte y la literatura. Ese cuarto de hora que se dice que siguen pensando los muertos es en realidad el cuarto de hora de toda una vida, y quien ha vivido dentro de ese cuarto de hora puede decirse que ha vivido religiosamente contra la religión, cuyas relaciones con el arte envilecen a unos y otros, ya que ni el gran arte ni el pequeño es nunca una parábola, sino, como hemos dicho, un prodigio de presencia, la realidad realísima del arte abstracto, la realidad chorreante de Pablo Neruda. José Antonio Marina está a punto de pisar fuera de la trascendencia, pero nunca avanzará el pie. Su grandeza joven está más dentro que fuera.

Lunes, 9

Ha vuelto a programarse en España Ally McBeal, que es el modelo de todas las series televisivas del mundo y el único soportable. Esta serie ha creado un nuevo estilo de telefilme, unos personajes singularísimos y una manera de hacer televisión que está entre la vanguardia y el cine más clásico. Pero, sobre todo, esta serie ha creado a Ally McBeal, que era o es una buena actriz de Broadway y que no es que se haya encontrado a sí misma en la tele, sino que ha empezado a ser ella misma. El personaje que le escriben está lleno de encanto y excesivas dudas, mediante un intelectualismo muy a lo Gran Manzana, aunque la cosa ocurre siempre en Boston. Mas, por encima del texto asistimos a una actriz que se inventa su propio personaje, incanjeable, como Woody Allen, Chaplin, Buster Keaton e incluso el perro Snoopy, del que la chica tiene algo. Siempre he entendido por gran actor aquel que crea un tipo humano -o perruno- al que no cabe barajar de unas películas en otras, sino que cada película es él, ese personaje, un ser humano añadido a la gente y que quizá la simboliza. Ally McBeal es la adolescente crecida que no ha perdido la gracia párvula de sus manos ni el panal de dudas sobre el amor, que todavía a sus treinta años le sigue pareciendo una cosa muy importante.