Image: Para una tumba con nombre

Image: Para una tumba con nombre

Opinión

Para una tumba con nombre

26 septiembre, 2001 02:00

Qué lejos me queda la actualidad, eso que llaman actualidad, qué lejos te quedará a ti, María Teresa León, y mira por dónde ahí al fin nos encontramos, en lo vivo lejano, que hubiera dicho tu poeta



Septiembre. Martes, 11

En mañanas de ocio y soledad, en mañanas de luz gris y árboles postreramente verdes, me dirijo a veces hacia el cementerio del pueblo que es eso, un cementerio de pueblo y nada más. En alguna novela mía describo este cementerio. Voy cruzando el pueblo/ciudad, que tiene ya alerones cosmopolitas y espaciosidades que le han robado a las cabras, a los poetas. Salgo por fin al campo/campo, y voy viendo el cementerio que, de lejos, da más pena que todos sus muertos. Aquí no vengo a visitar a nadie en concreto, pero sí vengo a visitar a alguien, aunque no me lo confiese.

Entre las tumbas de barro, de tierra, de cemento, tumbas en el campo que guardan a hombres del campo, hay una tumba con nombre que fue famoso y que aquí se borra cada vez que pasa un ángel gris, una paloma gris o un ala de tristeza que viene de otro pueblo. El nombre es María Teresa León, la mujer de Rafael Alberti. No tuve yo demasiado deslumbramiento por María Teresa León, ni siquiera cuando la conocí en Roma, todavía guapa.
Sí me deslumbró en algún momento su valentía hembra, su lucha por el comunismo español, su leyenda de señorita de derechas que se había pasado a la revolución y luego se había enamorado del más vistoso poeta del 27. Ya en Roma loqueaba un poco y me pedía que escribiese de ella continuamente. En su regreso a Madrid, la visité como a casi todos los del exilio, y tenía la cabeza absolutamente perdida. Rafael la trajo a una residencia de este pueblo, y cuando venía a verla, ella no le reconocía. Ahora estoy sentado en una tumba y ha salido un sol de compromiso, sin fe ni voluntad en sí mismo, que pone el campo aún más triste, como si hubiera caído de lo alto una paloma malherida y escéptica.

Cuando murió María Teresa, Rafael decidió enterrarla aquí mismo por la inmediatez y por evitar el acontecimiento de Madrid o el olvido de Madrid. "Para una tumba sin nombre", tituló Onetti. Para una tumba con nombre, titulo yo ahora, porque entre los nombres castellanos y borrados de este cementerio mínimo puedo leer, más con la memoria que con los ojos, el nombre de María Teresa León, a la que no he traído flores, hombre, porque, como ya queda dicho, no venía a verla a ella o no quería confesarme a mí mismo que sí venía. Otro día tengo que volver de plena voluntad y con un ramo de flores sencillo pero elocuente.

Ya queda repetido que nunca me deslumbró demasiado María Teresa León. Era una escritora mediocre y su belleza evidente y redondeada no era lo que a mí más podía tocarme en el alborotado corazón. Pero sí admiré siempre su valentía, su fuerza de mujer débil para dejar a un marido y marcharse con un poeta, su esfuerzo por el comunismo español, su brillante y peligrosa aventura y su pequeño corazón de heroína. Quizá por eso, por cosas tan lejanas -tan lejanas como yo mismo- estoy aquí esta mañana, septembrino y cogitabundo, sentado en la tumba de María Teresa, o en otra, sin las flores de ritual, sin tener nada que decirle a la dama, y mejor que no se lo diga porque España, desde entonces, su enardecida España, se ha quedado regida por los muertos, como este cementerio, y abandonada por los vivos, que huyen a las grandes ciudades y las grandes superficies para encontrarse continuamente unos con otros hasta confundir el barullo con la democracia y la prostitución con la libertad.

María Teresa León lo tenía todo para ser una protagonista de la historia de España, pero ahora está aquí, pero ahora no está en ningún sitio, y un escritor cansado ha venido a visitarla como de costadillo, quizá porque, deslumbrado por el maestro, yo no le prestaba a ella demasiada atención, y ahora quiero rectificar. Ni siquiera sé si alguien se ha llevado de aquí los restos hacia un sitio más noble, más céntrico, más digno. Pero me extraña, porque el periodista que soy, si es que todavía lo soy, se habría enterado de eso.

El día del entierro, Rafael me decía:

-Me gusta este cementerio, Umbral, porque es un poco como los de Andalucía.
-Igualito que los de Andalucía, Rafael.
-Yo creo que María Teresa se va a encontrar muy bien aquí, Umbral.
-Divinamente, Rafael. Se va a encontrar divinamente.

No creo que hoy se encuentre divinamente porque he venido yo a verla. Abro un periódico y me pongo a leerlo por encima. Qué lejos me queda la actualidad, eso que llaman actualidad, qué lejos te quedará a ti, María Teresa León, y mira por dónde ahí al fin nos encontramos, en lo vivo lejano, que hubiera dicho tu poeta.
Me voy del cementerio sin mirar atrás. El cielo está triste sobre los ángeles. No hay marineros en tierra. Esto es Castilla. Ni sermones ni moradas. Intuyo que la muerta va a dejar de importarme de un momento a otro. Me voy antes de que eso suceda. Otro día vendré con crisantemos, que a pesar de todo son bonitos.