Opinión

El pensamiento duro

14 noviembre, 2001 01:00

Oh, dioses del Olimpo, cuánta envidia. La que se ha montado con el ‘scoop’ del guión de Erice. Todo el mundo revuelto, incluido Andrés Vicente Gómez, que todavía arde en el averno de la incomprensión y el desprecio. José Antonio Marina desborda inteligencia con sólo preguntar. Corrige un jugoso Dictamen sobre Dios. El Cervantes se mueve y la Biblioteca Nacional de Racionero homenajea al Cela de La Colmena. Por lo demás, el Loewe de este año resultó ser un ‘pesador’ de residuos sólidos.

José Antonio Marina tiene a punto su Dictamen sobre Dios, que ya es tener. Es el título de su inminente ensayo sobre un asunto tan conflictivo y actual como la presencia de la religión en el mundo y el hombre de hoy. Marina se hace tres preguntas en la primera página y dedica el resto del libro a contestarlas. Vean una de ellas: ¿Es inteligente ser religioso?



El Cervantes se mueve. Guillermo Carnero prepara sus maletas, seguro que para algo más que un Verano inglés, mientras otro poeta algo cansado de tanta saudade y tanto fado ensaya su despedida. Desde el mes que viene, el valenciano Carnero dirigirá el Instituto Cervantes de Londres y , ya que estamos de mudanza, a Jorge Urrutia le gustaría abandonar la dirección del de Lisboa.



Para movimiento el del productor Andrés Vicente Gómez, que se permite el lujazo de cuestionar el talento de Erice por un quítame allá ese guión. Está erizado y si le nota.



Dicen por ahí que el último premio Loewe, Vicente Gallego, es basurero. Pues no, que lo sepan: es pesador de residuos sólidos. Y antes fue guarda forestal, y portero de discoteca, y dice por lo bajini cierta fiera venida a menos que sólo dejaba entrar a los poetas diferentes para que bailasen con la más fea (y espero que ningún crítico sureño se moleste, que no va con segundas). Ah, los oficios de los poetas... Otro ganador reciente, Carlos Pardo (Premio Emilio Prados) es un conocido DJ. No todos iban a ser profesores de secundaria...

Siguiendo la pauta marcada por el presidente, bien prietas las filas, la cultura oficial celebra hoy los cincuenta años de La Colmena de Cela. Ahí estarán Luis Alberto de Cuenca (que esquiva a su ministra a golpe de verso), Víctor García de la Concha (ebrio de éxito por su diccionario) y Luis Racionero, el intertextual, que sigue leyendo.

Sin patera, Benjamín Prado se llevó el caudaloso premio Ciudad de Melilla. El presidente del jurado era Luis García Montero, su íntimo amigo. Pero no malpiensen: fue sólo casualidad. Como que el libro lo publique Visor. Cómo admiro su valor, siempre arriesgando. Así pasa lo que pasa: editores que piden a sus autores compensaciones económicas por el desgaste psicológico de editar poesía sin esperanza, y otros que rechazan libros porque es peligroso. Que me lo digan a mí, que los leo.



Sigo con editores. Lo de Andreu Teixidor es ya cosa vieja. Berstelmann sigue agitado. Y Planeta. Quizá por eso, las editoriales confían cada vez más las promociones de sus libros a agencias de comunicación externa, que siguen creciendo. El Delirio llega también a Alianza. Qué importa Virginia Woolf, ante un libro de boleros. Qué Henry James, contra la biografía no autorizada de Conchita Piquer. Me malicio que Ruth Zauner está encantada. Los lectores, mucho menos.



Los centenarios de Alberti y Cernuda han arrancado. Los herederos velan sus armas, pero ¿quién será el primero en encontrar el tesoro perdido de Londres? Carnero no suelta prenda.



El presidente de la Comunidad de Madrid me deja plantado en los eventos de sociedad. Alberto Ruiz Gallardón va por ahí con descarada prisa -hoy más que ayer y menos que mañana- y no me da ni bola. Como el río que va a la fuente...



Y el cine, claro, en el cine. Me encontré con Almodóvar, Trueba y Santiago Segura a la salida de Moulin Rouge. Fue un encuentro Ideal. Hay ya mucha taquilla entre los tres y mucho cine apelotonado a la vuelta de la esquina. Hable con ella, del manchego, y El embrujo de Shanghai, del segundo, están al caer. Lo único que le pediría al tercero es que hiciera algo por la humanidad inteligente y no volviera con más secuelas de su Torrente.

P.D. Hubo carta. Etxebarria lloró su plagio, y aduló