Image: Una mandolina arrojada al mar

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Opinión

Una mandolina arrojada al mar

5 diciembre, 2001 01:00

"Mañana", de Man Ray (1932)

Afroditas de suburbio, diosas de la cotidianidad, mendicantes y princesas, sólo en la noche, cuando la luz y la sombra enriquecen su presencia, pasan a tener una cierta fascinación turística y casi literaria, pero poco

LAS MERETRICES DE COPENHAGUE
NOVIEMBRE. VIERNES, 22

El barrio de las meretrices, en Copenhague, era un barrio para mirar más que para otra cosa. Ellas estaban en sus callejas limpias, en sus balcones herméticos, con ropa de cama que nunca llevaban a la cama, indiferentes al viandante como modelos de alta costura o maniquíes con traje de novia en una tienda de Fuencarral, Madrid. Había que entrar al santuario, subiendo unos escaloncitos, para que la sonrisa helada de aquellas chicas se hiciera sonrisa de verdad, cálida y curiosa. Un amigo mío eligió a la mujer más fastuosa del convento, porque no era demasiado cara. Ella le llevó de la mano a una habitación vacía, con una mesa en el centro, y puso sobre la mesa un aparatito. "Toma, con eso te arreglas, y ahora dame el dinero". Cuando el español, porque naturalmente era español, se quedó solo, pudo examinar la maquinita y comprobó que era un aparato masturbatorio a pilas. Era todo lo que ella le ofrecía. Tiró el artefacto contra los cristales de la ventana, sin poder romperlos, y salió a la calle añorando a las humanísimas y humildonas meretrices españolas.

Lo cierto es que estas mujeres están en sus balcones posando semidesnudas, como las de Hamburgo o Amsterdam, esperando al cliente, al cual reconocen a primera vista a través del espejo retrovisor que tienen en la fachada. Cada una tiene el suyo. Es como el retrovisor de un camión Pegaso español, o sea nada coqueto ni íntimo ni de boudoir. Su oficio, entre escultórico y doméstico, no tiene ninguna grandeza. A ver quién es la que se pone a las ocho de la mañana en camisón, con los brazos alzados y sacando una pierna, a ver pasar a las señoras que van a la compra y a los marineros que han cambiado de mar en la madrugada y ya no encuentran el camino de vuelta.

Afroditas del suburbio, diosas de la cotidianidad, mendicantes y princesas, sólo en la noche, cuando la luz y la sombra enriquecen su presencia, pasan a tener una cierta fascinación turística y casi literaria, pero poco.

CANCION DE EUROPA. ESTOCOLMO
SáBADO, 23

En Estocolmo me acerco a la Fundación Nobel y conozco a un exiliado español, catalán, que está muy metido en la cosa del premio. Es un viejo alto, escueto, enriquecido de grímpolas y gallardetes, con flor en el pelo, sombrero de cazador de mariposas, banderitas catalanas y conversación enrollada: "Yo soy el verdadero presidente de la Generalitat, acabarán llamándome, tengo cartas que lo acreditan, aquí soy el único que sabe español, pero no me hacen caso. Del Nobel se lo puedo contar todo, pero espero volver a Cataluña con los honores que me merezco, aquí no conocen a García Lorca más que de oídas, nunca le hubieran dado el premio ¿puedo servirle en algo?".

Estocolmo es al bacalao lo que Jabugo al jamón. En Estocolmo me dieron una comida de doce platos que se limitaba al bacalao en sus distintas variantes gastronómicas, pero las chicas, mis alumnas, eran todas encantadoras y sus ojos blancos fosforecían en la penumbra de la bodega donde cenábamos.

LISBOA
MARTES, 26

Lisboa es una mandolina que han arrojado al mar. Lisboa vive entre arpas como puentes y tiene en el Atlántico su lago, un lago remansado adonde llegan los navíos ingleses, tan azules, y los turbios y duros españoles trabajando por siempre el contrabando. Lisboa es la gran ciudad de donde huyeron todos los personajes de Pessoa y todos los poetas de su nombre. Calle de los Doradores, Plaza del Rossio, el contable/poeta va en su camino, hay hombres que le miran, Pessoa lo cuenta, y pasará su día en un almacén. A la tarde, en café de crespón y chocolate, Pessoa fuma su pipa y hace versos o bien conversa con los escritores sobre el color atlántico del cielo. No se puede esquivar una metáfora, no se puede pedir más chocolate. Los fados son murciélagos de música, los del grupo han sacado una revista, doña Amália Rodrigues ya se ha muerto, huele a papel impreso y marineros. Un pobre le ha pedido a don Fernando, como no tiene más le da un monóculo.