Opinión

Cultura política

23 enero, 2002 01:00

En días pasados tuvo lugar en el Auditorio Nacional de Madrid un concierto con el que se inauguró la presidencia española de la Comunidad Europea. A él acudió toda la clase política. En el Auditorio pocas veces se habían visto tantas flores, tantas azafatas y tanta vigilancia. Era, por así decirlo, el Auditorio de los políticos, no el de la población aficionada. Todos invitados por algún servicio de protocolo. Allí acudieron los que nunca acuden.

Y pergeñaron un programa variopinto: un antiguo preludio de Cristóbal Halffter escrito para el Madrid del ‘92, la fantasía sobre Greensleeves del inglés Vaughan Williams, el tópico España del francés Chabriér, un quinteto del italoespañol Boccherini apañado por García Abril, una suite de El sombrero de tres picos del español Falla y, para terminar, el alemán pero ya europeo Himno a la alegría beethoveniano. Delirante popurrí para un festejo y popurrí que dio pena escuchar en varios momentos a causa de la más que deficiente interpretación. Uno entiende que a esa clase que acudió al Auditorio había que -en términos populares- "echarle de comer aparte" y de ahí el programa, pero no había necesidad de mostrar por TVE el espectáculo de escenario y sala. Al final el aficionado piensa: ésos, los que aplauden cosas fuera de recibo, son los mismos que nos programan la cultura en tantos y tantos sitios, desde el Real hasta la deprimida manifestación de Salamanca 2002, al menos en su apartado musical, pasando por una supuesta escuela de perfeccionamiento encomendada a Rostropovich en Valencia. Ni ellos ni sus asesores aciertan.

Y la enfermedad se extiende por el Estado central, por comunidades y ayuntamientos, con favoritismos hacia los amigos de cada cuál, con cachés irreales y desproporcionados en el mercado internacional, con programaciones sin coherencia alguna. En definitiva: no existen proyectos. El editorial de Luis Suñén en el "Scherzo" de este mes es perfectamente generalizable. Yo, antes que políticos y asesores pendientes de su propio beneficio jugando a programar cultura con nuestro dinero, prefiero que se ayude a subvencionar a los empresarios privados con experiencia y planteamientos contrastados que demuestren arriesgar su propio dinero en los proyectos. Cada día somos más los deprimidos a causa de tanta nulidad y tanto caradura.