Opinión

En ruta

30 enero, 2002 01:00

Sin duda es motivo de alegría que los principales centros musicales del país se encuentren rodando en estos momentos a su práctica velocidad de crucero. Tampoco quiere ello decir que no existan aspectos que precisen un mayor esfuerzo de mejora u otros con alguna nube en el futuro, pero hoy no va de críticas sino de alabanzas.

El Teatro Real ha vuelto a lograr un nivel alto en la última producción presentada, Pélleas y Melisande. El nivel medio de la temporada está siendo alto y, para suerte, también con alguna que otra polémica que nunca viene mal a la ópera. Discutibles fueron las puestas en escena de Rigoletto o Così, pero ya se sabe que sobre gustos no hay nada escrito y, en cualquier caso, se trata de producciones dignas, por más que el título verdiano no gustase en su reciente estreno en Palermo. Todo ello mérito aún del equipo saliente y hay muchas esperanzas, puestas por muchos, en el entrante.

En el Liceo, que acaba de anunciar con envidiable anticipación su próxima temporada, existen unos criterios globales a medio plazo, discutibles si se quiere pero de una coherencia igualmente envidiable. El regreso de Caballé ha supuesto un reconocimiento que no podía obviarse. Las temporadas de Bilbao y Sevilla discurren sin sobresaltos y con representaciones que reúnen calidad y novedad. Prueba de ello son la programación de las infrecuentes Visperas sicilianas vascas o la más que completa Andrea Chenier andaluza. En Oviedo se muestra un entusiasmo digno de que se superen los problemas económicos existentes y, con dinero o sin dinero, las cosas funcionan cara al público.

También la Zarzuela ha encontrado su camino y Los sobrinos del capitán Grant han resultado todo un acierto. En El martirio de San Sebastián muestra algo que no ha de pasar desapercibido: al frente de nuestras orquestas se puede poner un gran director. Maazel, con la orquesta de la CAM, se une a Rostropovich con la Sinfónica. Ya no vale decir que no se pueden contratar buenos directores. Ahí está la muestra.
Y otros tantos elogios se pueden verter sobre el Palau valenciano, con una programación amplísima en la que hay algo más que estrellas o el Auditorio Nacional, convertido en el contenedor más rentable de nuestra vida musical.