Opinión

La filosofía entendida como una de las bellas artes

13 marzo, 2002 01:00

¿Qué es eso que llamamos, desde Platón, filosofía? ¿Por qué creemos entenderla como una de las bellas artes, para decirlo en juego irónico con el título de una célebre obra de De Quincey? ¿Tendrá connivencia con el asesinato y el crimen? Toda filosofía se pone a prueba en confrontación con sus ancestros

La filosofía se inaugura en su etapa clásica, con Platón, a partir de un asesinato múltiple. Se perpetra sobre quienes educaron a los griegos en su religión, o en el reconocimiento de sus dioses: Homero, Hesíodo, los trágicos. El resultado de ese complejo crimen es una obra de arte.

Con Platón la filosofía muestra y demuestra que en la práctica de la escritura, y en la forma textual que se elige, la verdad halla consorcio con la belleza; y no sólo porque lo proclame la teoría. La lectura de sus diálogos más insignes (La República, Fedón, El Banquete, El Sofista) constituye la irrefutable prueba.

Se nos ha dicho hasta la saciedad que Platón inaugura la disociación “socrática” entre el arte y la verdad. El diagnóstico es del joven Nietzsche en El nacimiento de la tragedia. Un diagnóstico que aceptan sin crítica todos los epígonos del siglo XX, incluidos los más gloriosos (Heidegger, por ejemplo). Según Nietzsche, Sócrates dictó la sentencia de muerte de la tragedia ática, encarrilándola hacia la “voluntad de verdad”. De este modo la síntesis trágica, paradigma de obra de arte, anticipada por la epopeya homérica, se disoció de la pesquisa de la verdad. La voluntad teorética venció al arte.

Los epígonos han sabido orquestar esa idea, pero no han sido capaces de superarla; se han quedado anclados en ella; así Heidegger, o Derrida, o Deleuze, y tutti quanti. únicamente la ponen en solfa académica. Heidegger añade, para contribuir a la confusión general, que esa disociación se perpetúa, y hasta se lleva a su colmo, en el propio Nietzsche, en quien la “metafísica” alcanza su realización y perfección.

Todo lo cual compone un diagnóstico completamente errado, ya que tanto Platón como Nietzsche, en su práctica como escritores, o como artistas, lo desmienten. Y en ese desmentido revelan su hermandad radical, que sus propios conceptos filosóficos (voluntad de poder, eros creador) hacen posible. Y es que tanto Platón como Nietzsche entendieron por filosofía la más genuina y radical de todas las bellas artes.

Paro ¿qué es eso que llamamos, desde Platón, filosofía? ¿Por qué creemos entenderla como una de las bellas artes, para decirlo en juego irónico con el título de una célebre obra de De Quincey? ¿Tendrá connivencia con el asesinato y el crimen? De hecho toda filosofía siempre se pone a prueba en confrontación con sus ancestros; Platón con Parménides (y los poetas; y los trágicos). Aristóteles con Platón.

Quizás la filosofía sea la configuración que la inteligencia se da a sí misma. Quizás sea la propia inteligencia, expresada y comunicada en textos, en aquella configuración formal que le es más propia y ajustada. Una inteligencia que siempre hay que reconocer adelantada por la dimensión pasional, o por el eros poético (poiético) de que Platón nos habla en el Banquete.

La filosofía puede y debe armarse de rigor conceptual, y hacer una propuesta constructiva, emulando así a las artes que componen edificios en el espacio (arquitectura) o en el tiempo (música). Pero su pretensión, con ello, es alcanzar una forma de creación que exponga el ansia y anhelo relativo a la Belleza (y a sus sombras). Sólo si logra esa forma artística, como se consiguió en los diálogos platónicos, o en los grandes textos poéticos y aforísticos de Nietzsche, consigue también alentar una posible propuesta en relación a la verdad.

Obra de arte es, en este sentido, la ética de Spinoza, la Monadología de Leibniz, los libros de la llamada Metafísica de Aristóteles, y hasta las “críticas” kantianas (o esa novela filosófica contemporánea de la Heroica de Beethoven que es la Fenomenología del espíritu de Hegel).

Hoy más que nunca la tarea prioritaria de la filosofía consiste en configurar en forma artística la inteligencia que a nuestra época corresponde. Y hacerlo de tal modo que el rigor conceptual constituya la estructura que da armazón a los textos que así pueden gestarse. Esa forma no tiene por qué rehuir la modalidad arquitectónica (o urbana) que permita su expansión y su capacidad de irradiación. La fuerza del concepto no tiene por qué estar escindida de la exigencia formal que en toda forma artística se halla en juego.

La filosofía debe ser entendida como una de las bellas artes; como aquélla que logra aunar la pasión por la verdad con la aspiración a la belleza. Es arte encaminado al conocimiento que no rehúye el rigor. Pero que pierde toda su gracia y su dignidad si se perpetúa como sirvienta de lo que en una época pueda entenderse por ciencia. Y que sobre todo arruina su esencia y vocación si pretende erigirse en Super-saber rector desde el cual dictaminar los marcos por los que las ciencias puedan circular. Y que se degrada hasta el absurdo si sólo sabe bajar de su pedestal a través de la mendicidad: la que se apropia del último reclamo de nuestra cultura de masas. El compromiso de la filosofía con la época es mucho más hondo y genérico. Tiene que ver con las corrientes de fondo, no con sus más socorridos lugares comunes.