Image: Paul Morand

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Opinión

Paul Morand

13 marzo, 2002 01:00

Hoteles contra la noche, odas a Marcel Proust, pinturas sobre seda, nocturnos, desplazamientos, muertes de judíos, hojas de temperatura, la fauna de la calle, minas de oro, Niza, beneficios de la guerra, cotizaciones del día, Cuba en primavera, respetos humanos, paisajes en papel japonés, muestrarios, joyas, reclamos, construcciones, globos/panorama, veinticinco poemas sin pájaros.

Paul Morand es la configuración más plástica y vividera de las vanguardias de entreguerras. Blaise Cendrars se le empareja en algunos meridianos, rotando por la tierra, pero Morand, en verso y prosa, se muestra incesante para darle cuerda todos los días a todos los relojes de un vivir cosmopolita entre la diplomacia y la mecánica. Estos hombres descubrieron que la tierra era redonda a principios del siglo XX, luego vino la Gran Guerra, con los adelantos y encuentros humanos que traen todas las guerras, y entonces descubrieron que este planeta palpita al unísono consigo mismo y es una vertiginosa fruta de todos los colores. Mientras los políticos buscaban colmar esa redondez del planeta, de la que aquí habló Jorge Guillén, y mientras los inventores ponían en marcha cosas que siempre habían estado quietas, los poetas, metidos en la aventura de dar la vuelta al día en noventa mundos, como diría Cortázar mucho más tarde, cantan el telégrafo, el ferrocarril, el trasatlántico, el automóvil, los auriculares y todos los mecanismos líricos que llevan al encuentro de la novia fortuita o al encuentro de esa esfericidad que fue el ideal de la época.

Apollinaire había sido el primero en fascinarse con la comunicatividad que tienen las cosas vistas por la mañana plata desde una azotea del París platino. Y la Guerra Europea vino a ratificarle, con sus mensajes y su cruce de distancias, en el lirismo de este mundo, que de alguna manera parecía augurar la felicidad como esfericidad y la esfericidad como final de la felicidad como esfericidad y la esfericidad como final de la Historia. Un final que le ponían los poetas y no ése que le ponen ahora los tecnócratas y los generales del Pentágono.

En la cosecha humana, internacionalista, cosmopolita, de Apollinaire, están casi todos los demás, y sobre todo Paul Morand. Ha nacido una poesía nueva que tiene una vocación nueva. Poner al mundo en contacto consigo mismo y lograr la simultaneidad amorosa de las ciudades y las islas. Este fervor cosmopolita y creativo se extendería hasta América con Vicente Huidobro y se extendería, en España, hasta la Generación del 27, donde todos hicieron vanguardia antes de hacer gongorismo y vivieron ese mismo ideal de la globalidad musical del planeta, ideal que vino a desmayarse y estallar con la Guerra Civil Española. Ya no se podía seguir escribiendo igual. Ni siquiera se podía seguir escribiendo.

Paul Morand es la visita que toca todos los timbres y tiene que tomar el té con todo el edificio a la misma hora. Vibró como ninguno con la vibración esférica de las ciudades hasta conseguir comunicarnos con el corazón duro, frágil e incesante de las profundidades de la tierra. Morand no busca la universalidad por vías metafísicas o políticas, sino que pone en marcha la universalidad de las cosas y los hechos, "la imposición de los fenómenos", como hubiera dicho Schiller. Quiere contárnoslo todo, y que todo ocurra al mismo tiempo, como realmente ocurre, para entregarnos el perfume de la fiesta que es vivir a todas horas. "Una hiedra ignífuga alza su poesía sobre las electricidades. Clausuradas por la noche las ventanas de las habitaciones vierten un licor rosa, Luis XVI, todo es de un delicioso Luis XVI". Aparte de muy provechosa, hoy nos resulta entrañable la lectura del Paul Morand que creyó como un niño, o sea como un poeta, en la unanimidad de las estrellas y los amores. "Se venden las pagodas y las fortalezas y las villas de jedive 1868. Los lebreles rusos lloran a sus princesas sin collar, en la perrera. Los magnates húngaros ahorcadores de gatos trabajan de criados". Mallarmé y el simbolismo fueron la poesía como música. Morand es la poesía como imagen. En términos españoles, el 27. En términos universales, la plasticidad del mundo que se resolvería en arte abstracto.