Image: El esnobismo (III)

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Opinión

El esnobismo (III)

Marie Bonaparte y Jules Supervielle

12 junio, 2002 02:00

Victor Vasarely, "Vega-Gyongiy-2" (1971)

Entre los siglos XIX y XX se impone un nuevo romanticismo de jardines y escalinatas que ha recibido distintas definiciones poéticas: simbolismo, parnasianismo, modernismo, etc. Era el tiempo de los objetos áureos e incomprensibles

Entre estos dos nombres, elegidos como al azar, hay una profunda afinidad de castillos blancos, vaporcitos azules y jardines de una rusticidad completamente amanerada e insoportable, pero en el fondo encantadora como una Edad de Piedra después de que le diese un repaso un buen anticuario de París. Entre los siglos XIX y XX se impone un nuevo romanticismo de jardines y escalinatas que ha recibido distintas definiciones poéticas: simbolismo, parnasianismo, modernismo, etc. Hubo unos maestros del buen mal gusto que reunieron jarrones bajo una parra o erigieron cementerios de cipreses toscanos. Es el mundo de Marie Bonaparte y Jules Supervielle, que tienen poco que ver entre sí en la historia de la cultura, pero que aparecen enmarañados dulcemente en la historia del arte artístico, o sea el que sólo es decoración. Los bancos para la charleta, los hondos caminos del estío, las dulces madreselvas, todo va a dar al mar azul, siempre más mediterráneo de lo que creíamos. Templetes griegos, pérgolas espantosamente grie- gas, flores de las que sólo se puede decir que son moradas. Fue el último momento sensitivo e hiperestésico de una Europa que iba a ser brutalmente violada y que encarnan bien, cada uno en lo suyo, Jules Supervielle y Marie Bonaparte.

Supervielle vive entre dos mundos, entre dos tiempos, entre dos escrituras. Poeta de las lejanías interiores, como le ha definido alguien. Vivió en un contradicción discreta, declaradamente íntima. A los 15 años publica su primer texto. Supervielle desapareció en 1960. Además de un buen poeta fue un esnob con el cuello de la camisa por encima de la chaqueta, con un rizo barroco en la sien que le tocaba la ceja y con unos ojos claros y tristes de neorromántico que ha perdido el tren o el siglo. Pudiéramos encuadrarle, con Jean Giradoux y otros, en la derecha de la vanguardia de los años 20, al otro extremo de los surrealistas. Era el tiempo de los objetos áureos e incomprensibles como un timbre para que tocase el reloj o como una ensaimada de orfebrería. Es cuando suenan las primeras cajas de música sobre mesa o madera. Aquellas cajas daban una música delimitada y triste, o alegre, con una alegría encajonada que era más esnobismo que música.

Marie Bonaparte, discípula de Freud, escribió buenos libros sobre el psicoanálisis mismo, que se ha quedado en una cosa para argentinos. Pensamos que toda la escuela psicoanalista de Marie Bonaparte no es sino el encuadrado esnobista que una mujer con ese apellido debe llevar por la vida para no sentirse abrumada como hija de Lucien Bonaparte. Es cuando aparecen en la gran Europa los primeros platos primitivos de Pablo Picasso, con motivos vegetales o guerreros. Parecía que todo aquello iba a durar siempre, pero un nuevo esnobismo, el de 1922, nos trae a Martine Carol, estrella que tiene ya algo de las primeras mujerazas de Hollywood. Es la intrusa que acaba con las delicuescencias de Supervielle/Bonaparte y en Lola Montès desnuda sus pechos con una agresividad que deja en dulces añicos los desnudos simbolistas de aquel primer siglo XX que todavía se soñaba XIX. Es el esnobismo americano, con ninfas musculosas y semidesnudas.

Adiós Supervielle, adiós simbolismo, adiós Turner, adiós Marcel Proust, que veía en el pintor tierras con calidad de agua y aguas con calidad de tierra. El esnobismo de Turner es el del siglo XVIII, y triunfa sobre el genio con sus rizos rubios, con su peinado moderno que quiere ser muy antiguo y con esa exquisita imitación de los franceses es creer que son unos ingleses de este lado del Canal. Todo esnobismo supone la apropiación gentil de lo que nos fascina en el otro como si fuera nuestro.