Image: Mediterránea/V. El Sitges de Ruano

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Opinión

Mediterránea/V. El Sitges de Ruano

24 julio, 2002 02:00

José Manuel Broto, detalle de "Descripción nº 21" (1986)

Cuando el Mediterráneo soltaba sus rebaños nocturnos, la pandilla se encerraba en uno de los pisos y vivían orgías de amor simple y whisky malo

Sitges era y sigue siendo el mar de los Utrillo, el chiringuito en la playa, los veranos con lluvia y el magisterio de José María Castellet. Sitges, en los primeros años 40, era el refugio de una punta de escritores, intelectuales y artistas que venían huyendo de la guerra por el norte o por el sur, de aquella Tercera Guerra Mundial que se reñía en las capitales de Europa, multiplicada de miradores, y que ya se iba viendo que ganarían los aliados, lo cual tampoco era mucha ventaja para España. En aquel grupo, en aquel mundo en miniatura que era el que, en grande, se veía debajo de todas, allí Pascual Maisterra, estilista de la Falange, Grau Sala, pintor tan parisino, con una mujer que había sido musa imposible de Ramón antes de la Guerra, antes de todas las guerras. Allí Rafael Borrás, joven, afilado escritor que devendría afinado editor. Y el pintor Serrano y Mery y César González Ruano y más.

Eran los últimos legitimistas de un liberalismo nada legítimo que luego se partiría en comunismo y fascismo. No tenían nada que hacer, aquella guerra no iba con ellos y la habían perdido sin jugarla. Sitges era algo así como una barcaza fenicia atada al mar de los temporales, los veranos, las extranjeras con pareo y las glorias locales en torno de Miguel Utrillo, que ya era hermanastro de Utrillo el pintor, el hijo de Puvis de Chabannes. Miguel Utrillo les contaba mentiras a todos y anunciaba aperitivos en las competiciones deportivas. Luego se especializaría en Vueltas Ciclistas a Francia o Italia. Los veranos de Sitges eran largos como una novela de Villalonga y mojados como un otoño perdurable. Aquella punta de biennacidos, que pasaban por malnacidos, eran, ya digo, los legi- timistas de lo ilegítimo y el escándalo del pueblo. Caminábamos pisando las hojas secas del cielo y el mar era de un azul oscuro, como la ropa interior de una percanta de la belle époque. Doméstico mar de Sitges aprendido en los libros antes que en la irregular vida.

Cuando el Mediterráneo soltaba sus rebaños nocturnos, la pandilla se encerraba en uno de los pisos y vivían orgías de amor simple y whisky malo que pretendían recordar lejanamente las grandes orgías europeas, pero en doméstico. A la mañana siguiente, solitario y fantasmal como un asesino, César se iba a un chiringuito de la playa a de-sayunar café negro e interminable, mientras hacía sus artículos sujetándose la mano derecha con la izquierda para dominar el pulso. El cafetucho estaba lleno de madrugadores, desayunadores y pescadores en seco. César se había montado ya una pequeña red de colaboraciones (en eso era maestro), la principal de las cuales en La Vanguardia Española de Barcelona, pero ninguna, todavía, en Madrid. Había que tomar Madrid. Juan Fernández Layos, director de Mapfre, hombre sensible y sensitivo, gran mecenas póstumo de César, ha sacado ahora un tomo monumental con todo el periodismo callejero del Ruano de los años 30. Mayormente, su labor plural en el Heraldo de Madrid, donde llenaba diariamente dos o tres páginas. Aquello sí que era nuevo periodismo, mucho antes de los americanos, es decir, el protagonismo del reportero sobre el reportaje, como lo practica hoy Oriana Fallaci en su último y arrojado libro contra el Islam. César fue el primero en colocar la literatura en el periodismo, y esto en un periódico de izquierdas. Releo aquellos primores de lo vulgar con que Ruano llenaba el periódico y comprendo que ahí está el germen de los grandes escritores de periódico que vendrían después, hasta Hemingway y Paul Johnson.

Paco Lucientes, colega y amigo de Ruano, le contaba una tarde que había entrevistado a Celia Gámez, se habían enamorado mutuamente e iban a casarse en seguida. César, siempre de perfil, comentó: "Eso sólo significa que eres el primero del Heraldo que se acuesta con Celia". El mar de Sitges se abre en dos, como el grueso libro de Ruano, una página de luz y otra de sombra. Busqué un día el chiringuito donde escribía César, pero se lo había llevado la marea. Mery había envuelto a César en una manta, un César tembloroso y febril, y se lo llevó a Madrid. Ahí le descubrimos. El mar de Sitges canta ronco este verano.