Image: Tom Wolfe

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Opinión

Tom Wolfe

2 enero, 2003 01:00

Tom Wolfe, por Ulises

Aparte de romper con las fórmulas tradicionales del reportaje, Wolfe rompe con el estilo y el atuendo de los periodistas clásicos, que, según Camilo José Cela, son el gremio peor vestido y más guarro de todos los gremios

Corrían los correteadores 60 y en cada esquina del mundo cantaba o ardía una revolución. El mayo de París, la pretransición española, la crisis definitiva de la URSS o el nuevo periodismo americano. Este llamado nuevo periodismo tuvo sus padres en Hemingway, Jack London, Norman Mailer, etc. Eran escritores cuya fama o biografía les había llevado al periodismo, ocasional o permanentemente. En realidad, el género estaba sin definir, pues el mundo editorial americano tenía y tiene muy delimitadas sus fronteras entre fiction y non fiction. La revista New Yorker eleva el reportaje literario a la categoría de literatura. Se trataba, en realidad, de convertirse en el amparo de una generación nueva que hacía una cosa nueva. Más tarde, Rolling Stone lleva esta novedad a sus últimas consecuencias. La literatura y el periodismo han quedado superados a un mismo tiempo por un nuevo género que tiene sus vectores propios y además se apodera del libro. La superstar de todo esto es Tom Wolfe.

Aparte de romper con las fórmulas tradicionales del reportaje, Tom Wolfe rompe con el estilo y el atuendo de los periodistas clásicos, fotógrafos, cámaras, locutores y redactores, que, según nuestro Camilo José Cela, son el gremio peor vestido y más guarro de todos los gremios. Tom Wolfe adopta un estilo esnob, se compra un sombrero blanco, esnob, y, ya puesto, un traje completo, blanco, con chaleco de lo mismo y zapatos a juego.

Llevaba su pelo rubio y laso caído hacia un lado de la cara. Todo viene de Los ejércitos de la noche, de Norman Mailer, donde el gran maestro pasa de personaje ilustre de aquella gran movida estudiantil contra el Pentágono a personaje anónimo que narra la batalla desde la nada, luego vuelve a ser Mailer y así sucesivamente.

Pero no todos los días hay una marcha contra el Pentágono, de modo que el nuevo periodismo tiene que inventarse su épica, para no caer en la lírica, y aquí es donde y cuando Tom Wolfe encuentra la manera de novelizar periodísticamente una escuela de majorettes, con su disciplina, sus muslos frescos y sus tonterías. Wolfe no solamente exaltó el nuevo periodismo sino que le dio doctrina. Muchos vinieron detrás de él, pero todos insistiendo en el tema de la droga, el sexo, la delincuencia, los deportes violentos y su propia vida, o sea la vida de las mafias juveniles en la gran ciudad.

El nuevo periodismo no es que haya desaparecido sino que se ha vuelto cotidiano y ya no sorprende a nadie en ninguna publicación. Tom Wolfe, como era de esperar, saltó del caballo bayo y solitario a la gran diligencia de la novela, con La hoguera de las vanidades, libro que resulta absolutamente logrado, aunque a veces se convierta en un encadenamiento de reportajes: sobre las iglesias marginales, sobre la alta sociedad y sus fiestas, sobre las mafias de todo tipo y sobre el propio periodismo. La segunda novela de Tom Wolfe, sobre Atlanta, repite el modelo de la primera eligiendo la ciudad más poderosa y crecedera de todo el continente, o sea, Atlanta. Esta repetición de tema y clisé social no ha tenido tanto éxito como la primera, pero Tom Wolfe sigue siendo un escritor que trajo algo nuevo a la literatura americana, más allá del realismo puntilloso de John Updike y del tremendismo ya fatigado de Mailer. Si Hemingway fue el esnob de los elefantes, Tom Wolfe ha sido el esnob de los millonarios. Jamás ha pasado la raya del esnobismo para convertirse en otra cosa: un escritor airado o un aristócrata a la manera de la literatura inglesa.

Ahora se habla menos de Tom Wolfe porque una gran novela no absolutamente lograda puede aplastar a un autor como su losa funeraria. En un país donde los millonarios visten como contables, los contables visten como ordenanzas, las secretarias particulares visten como telefonistas y las telefonistas visten como gogós, Tom Wolfe quedará como el príncipe del esnobismo, el hombre que trajo algo nuevo: una nueva literatura y un chaleco blanco de lino.