Image: El esnobismo de los muertos

Image: El esnobismo de los muertos

Opinión

El esnobismo de los muertos

30 enero, 2003 01:00

Ilustración de Ulises

El esnobismo, que parece una fruslería, es en realidad un impulso tan fuerte que se manifiesta más allá de la muerte. Así, el Panteón de Hombres Ilustres, en el cementerio de cualquier provincia que nunca ha dado un hombre ilustre, o el esnobismo panteónico que se nos aparece en una plaza o en un cementerio, con el arma de trabajo del panteonizado, una pluma de escribir como la de Cervantes, un microscopio o cualquier otra menudencia que sirvió al vivo para hacer sus hallazgos.

El muerto es un gran esnob que quiere una buena foto de su juventud en la sepultura, y ha dejado la foto firmada como si nos la dedicase a todos los vivos. Todo panteón tiene algo de perchero de la muerte donde el difunto va colgando sombreros y bufandas de las alas del ángel de mármol que custodia su sepultura. Porque el ángel de la guarda que acompañó al vivo esnob y presuntuoso toda su vida, es un ángel que se ha quedado de mármol al saber que, en un descuido, se le había muerto su cliente. Ahora, los grandes hombres tienen escoltas en lugar de ángeles de la guarda, pero se mueren lo mismo y pronto veremos al escolta, en piedra de Colmenar, paredaño de la escultura de su protegido.

Digamos que quedaba más cementerial el ángel, pero hoy suben al cielo hasta los ateos, y dejan aquí abajo a un detective privado o de encargo que es el que, sin saberlo, está a punto de ser sometido a la gloria panteónica, cuando él anda ya protegiendo a otro político con otra pistola. El esnobismo del muerto ilustre donde más se ve es en la lápida que ha redactado él mismo, escribiendo en el gran folio de mármol con mano temblorosa. Lo peor es que a los muertos les sale una prosa cursi, liricoide, y algunos hasta incurren en el soneto, pudiendo decirse que han muerto de un infarto de endecasílabo. El soneto puede matar a cualquiera que no sepa.

Al esnobismo del muerto habría que añadir el esnobismo de la familia, que acuden en la fecha secreta del clan con sus adornos y sus pastelillos, para comérselos a la orilla del esqueleto como si fueran huesos de santo, que a veces lo son. No hay que pensar rudamente que el esnobismo panteónico obedece a lo que el muerto dejó prescrito. Más bien, digamos que el muerto, en ese cuarto de hora que les queda a los cadáveres, según la ciencia, para pensar en sus cosas, se ha entretenido imaginando vírgulas y gallardetes, grímpolas de piedra y otras pijadas a su vistosa sepultura. La muerte tiende siempre hacia lo monumental y lo único que consuela del morirse es que vamos a tener un panteón de lujo o una glorieta municipal por ahí por Chamberí u Olavide. El muerto sólo es un señor que ya no tiene que ir a la oficina ni al Parlamento, como Castelar, que está panteonizado en mitad de Madrid, con unas adolescentes desnudas a sus pies, que suponemos señoritas bien que iban a merendar a Fornos todas las tardes.

El lucimiento de una sepultura depende mucho de la biografía de su inquilino, es decir, de que el muerto tenga anécdota y estampa para poder sacarle tan propio, porque la socorrida foto enmarcada es un recurso de álbum familiar que entristece mucho los panteones, que son tan alegres. José Pla visitaba todas las tardes al sepulturero de su pueblo, quien le decía:
-Esto está cada día más muerto, señor Pla.

Sin duda, en los cementerios del Empordá no había cadáveres esnobs, sino humildes campesinos y aguerridos cazadores de la liebre que querían pasar así a la historia, sencillamente. Aquí en la capital de España somos más palabrones y todo el mundo tiene un abuelo registrador de la propiedad con derecho a salir en la esquela del Abc ennobleciendo al muerto. Lo más confortable que se le puede decir a un amigo muerto, cuando todavía está de cuerpo presente en el panteón de su casa, es aquello que sabe Olano: "Levántate, pamplonica". En una comedia de Alonso Millán sale un muerto que no acaba de resultar. El autor le da vueltas al cadáver y encuentra al fin la solución, entre las risas del público: "Ponle un puro". Ustedes disimulen los chistes, pero un artículo sobre los muertos es el único que no puede ser triste.