Image: Julio Camba

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Opinión

Julio Camba, el esnob de las corrientes

Julio Camba era tan esnob que no podía vivir en Madrid. Necesitaba sentirse ciudadano del mundo

13 marzo, 2003 00:00

Ilustración de Ulises

Los años 20 y 30 fueron los de los grandes escritores viajeros que iban a la busca, no de la guerra, el elefante o las nieves de Kilimanjaro, como Hemingway, sino al encuentro de las grandes ciudades, los grandes exotismos y los paraísos artificiales de los placeres naturales. Porque el siglo XX descubre primero la geografía como hedonismo y luego, más tarde, la geografía como trinchera. Francia tuvo a Paul Morand y España tuvo a Julio Camba. Morand era un poeta de las ciudades. Camba era un sicólogo de las grandes urbes que se servía de la paradoja incesante para explicarnos el alma de los sitios que visitaba. Julio Camba era tan esnob que no podía vivir en Madrid. Necesitaba sentirse ciudadano del mundo, o al menos de su grande y pequeño mundo, barriadas que iba descubriendo en su paseata occidental, desde París al Norte de Europa y vuelta. En Londres coincidió una vez con un alemán que nada más llegar se había puesto a estudiar inglés. Camba se burlaba de él:


-Usted, como es alemán, considera que para vivir en Londres hay que aprender el idioma. Pero yo soy latino, meridional, elocuente, expresivo, y sé hacerme entender sin estudiar todo ese tomazo. (Pasaron unos meses y el alemán ya sabía inglés. Julio Camba decía con cierta tristeza sin voluntad: “Pero yo sigo siendo muy expresivo”).

Francia tuvo a Paul Morand y España tuvo a Julio Camba. Camba era un sicólogo de las grandes urbes, alguien tan esnob que no podía vivir en Madrid

Camba viajaba por cuenta de los periódicos y hacía un periodismo costumbrista, sociológico y literario que iba bien para los suplementos dominicales. A Morand le pagaba el Ministerio de Asuntos Exteriores. A Camba le pagaba algún periódico madrileño que había comprendido la necesidad de servirse de aquel periodismo ameno, personalista y literario. De acuerdo con la diferencia de sueldo, Morand mandaba unas crónicas líricas, sabias y cosmopolitas. Camba mandaba unos artículos cortos e irónicos, con una ironía de clase media, donde contaba cómo los judíos de Nueva York le habían vendido un abrigo de piel grande y fastuoso, que no le servía para nada y, en sus frecuentes mudanzas, era como llevar un camello de pensión en pensión. Cuando Julio Camba estaba en Madrid, vivía en el Palace y comía en Casa Ciriaco, Calle Mayor, donde todavía se reúnen los amigos del lejano difunto. En Ciriaco he conocido a Antoñita la Fantástica, Antonio Olano, algunos buenos escritores del exilio, alguna mujer muy bella y muchos gallegos, porque Camba era galaico y eso siempre deriva en una tertulia bien alimentada.

Ciriaco todavía estaba de moda en los años 60 en que yo llegué a Madrid. Luego, como mesón castizo y bien nutrido, le ha sustituido Lucio, en la Cava Baja, que tampoco es mal pajar. Don Julio, debidamente aprovisionado de casticismo, dejaba un día su hotel Palace, su Ciriaco, su amigo Luis Calvo, y se volvía a Londres, por ejemplo, para contarnos que la policía había detenido por fin a un peligroso estrangulador de viejecitas, cuando desayunaba en la barra de un bar. Camba aseguraba que toda Inglaterra estaba horrorizada con el caso, pero no tanto por lo de las viejecitas como porque al estrangulador le habían sorprendido mojando pan en el café. Eso en Inglaterra no se perdona.

Con cosas así nos iba dando Julio Camba el latido de las grandes ciudades europeas, y era feliz de sentirse alemán o francés, aunque no conociese a nadie, por el mero hecho de almorzar o cenar a la misma hora que aquellos desconocidos. Camba decía que los restaurantes madrileños tenían corrientes de aire y él no soportaba las corrientes. Yo tampoco. La sensibilidad para las corrientes es una nota de esnobismo que suena muy alto en la propia estimación. Aquí en España nos pasamos la vida y la comida gritando ¡Esa puerta! Una vez que se oyó en el infierno gritar lo de la puerta, naturalmente era un español. Camba tenía en Madrid unos amigos oficiales, lo que quiere decir que no tenía amigos. Era malhumorado incluso con Luis Calvo, su gran admirador y su jefe, y no soportaba que Calvo le elogiase la sintaxis: “Yo no tengo sintaxis ni sé lo que es eso”. No podía tener una sintaxis española porque reunía todas las de Europa. Nos dio la miniatura de una Europa alegre y confiada cuyas ciudades se oscurecían ya bajo los encinares de la guerra venidera. Y Camba se metió en su rincón del Palace hasta la muerte.