Anglada-Camarasa
Anglada-Camarasa: Sonia de Klamery (1913)
Anglada-Camarasa asimiló mejor que nadie el cambio de siglo y fue, sin saberlo, un revolucionario al servicio de Moscú, un esnob al servicio del Imperio, un hombre que creyó en la epifanía de los colores y la carne de las mujeres
El retrato de Sonia Klamery, condesa de Pradère, es de 1913. Anglada viene del modernismo catalán que sonaba como un Rubén Darío borracho de colores encendidos en su Cartuja. En París, la influencia del reciente Toulouse-Lautrec le profundiza en la realidad y la noche de las mujeres, salvando en parte su pintura de un mero decorativismo, y ya sabemos que decorativo quiere decir comercial.
Anglada, sí fue muy comercial, ganó mucho dinero y vendió a los franceses una España modernista, una Andalucía cosmopolita que no existe. Anglada fue una moda y cuando se ha pasado aquella moda es cuando comprendemos que el pintor era un esnob, que creía en lo que estaba pintando y por eso le salía tan bien. Anglada tiene un punto de superficialidad que se llama esnobismo, pero supo defender siempre ese esnobismo con un exceso y una gracia que hoy le hacen valioso.
En 1909 llegan a París los ballets rusos, con Diàghilev, Nijinski y la Paulova. Este acontecimiento ha sido muy comentado y valorado artísticamente, pero a quien le corresponde el tema es a un analista político que nos explique cómo estos ballets, que arrasaron Europa, son la primera caída de Rusia sobre Occidente, una orgía esteticista que estaba anunciando la ordalía de la guerra.
Un país, un imperio que está desarrollando tales potencias estéticas y sociales, puede convertir la revolución artística en revolución social, como ocurriría más tarde. Los esnobs de entonces, anonadados por los ballets rusos, como el propio Anglada, no se pararon a teorizar que había, al Norte de Europa, una cultura poderosa y que la cultura siempre se traduce en ejércitos y causas guerreras. La fascinación de los ballets rusos fue una lección para todo el arte europeo, pero nadie se paró a pensar que detrás de los bailarines podían venir los soldados y detrás de las musas de la danza las musas de la guerra.
Anglada-Camarasa asimiló mejor que nadie aquel deslumbrante cambio de siglo. Esto es lo que vemos en su pintura y lo que le da una perpetuidad que hoy se recupera. Anglada fue, sin saberlo, un revolucionario al servicio de Moscú, un esnob al servicio del Imperio, un hombre que creyó en la epifanía de los colores y la carne de las mujeres. Había nacido a tiempo para ser un modernista, pero hoy lo recuperamos como un vanguardista que optó desvergonzadamente por la belleza. Su principal labor fue abrir los corrales de la vida y dejar en libertad a los colores, mostrándonos que son otros y no los que siempre hemos creído. Los colores matan, pican, asesinan. Los colores son pájaros que encienden de fiebre estética del alma y el cuerpo del hombre o la mujer. En eso trabajó Anglada-Camarasa, y hoy, liberados de prejuicios estético-burgueses, así lo reconocemos... La condesa de Pradère puede dormir, blanca y hermosa, en su árbol de suaves collares naturales como en el seno de un árbol macho, intenso, que la protege y le da sombra de luna.