Opinión

Vieja y nueva censura

10 abril, 2003 02:00

¿Y si estuviéramos equivocados? ¿Y si en particular nos estuviéramos equivocando los intelectuales? Desde luego, no sería la primera vez. Cuántas veces las razones más aparentes y las mejores intenciones han preparado las mayores catástrofes. ¿Es que no sabemos, al menos desde Tocqueville, que el humanitarismo de los philosophes de la Francia del siglo XVIII preparó el Terror? ¿Es que hemos olvidado que los que lucharon por hacer de Rusia el paraíso comunista fabricaron en realidad un Frankestein político? ¿No se equivocaron los que hace sólo un año y medio profetizaron que Estados Unidos tendría un nuevo Vietnam en Afganistán y sería derrotado por el régimen de los talibanes, cuyo carácter siniestro preferían suavizar? ¿Y no se equivocaron los “progresistas” que, hasta ayer mismo, disimularon el carácter totalitario del entramado nacionalista que da sustento a ETA y hasta la perversidad de los crímenes de esa banda?

Para gozar de la paz no basta con amarla. Con los mejores sentimientos, con las mejores intenciones, con las razones más aparentes se han hecho las mayores atrocidades. ¿Hay que recordar que uno de los factores que más contribuyeron a la II guerra mundial fue el anhelo de paz de Francia e Inglaterra, anhelo que las hizo mirar para otro lado cuando Hitler se anexionó Renania? “Pero Francia permaneció inerte -comenta Churchill- y perdió irremediablemente su última probabilidad de atajar las ambiciones de Hitler sin una guerra seria”.

Yo no quiero perder la ilusión. La ilusión de que es posible un ejercicio bien informado de la razón, de que la sociedad española, y sus intelectuales, harán lo posible por lograr esos objetivos

¿Estamos dispuestos a que triunfen los tiranos? Tiranos que se comportan como matones de barrio, que amenazan a sus vecinos con invasiones y armas de destrucción masiva, que emplean esas armas contra su propio pueblo, al que mantienen en la miseria, a pesar de los ingentes recursos naturales del país. Tiranos que, con su sola existencia, propician el surgimiento de otros tiranos y que, en las relaciones internacionales, sólo ven un sistema de chantajes.

Pero, ¿qué ha pasado para que consideraciones tan simples, tan obvias, tan urgentes no se puedan hacer sin temor a que nos coaccionen, nos persigan, nos agredan? ¿Que ha pasado para que haya gente que a los que discrepan los tachen de asesinos, los marquen con una diana y así faciliten la labor de los matarifes? ¿Qué ha pasado para que sea precisamente en España donde ocurren estas cosas, pero no en Gran Bretaña, ni en Italia, ni en Holanda, ni en Dinamarca, ni en Polonia, ni en los otros 44 países que apoyan a los Estados Unidos en su campaña contra Sadam Husein o que incluso participan militarmente en ella, como es el caso de los países antes citados, pero no el de España?

Me temo que lo que ha pasado es que nos hemos dado de bruces con una forma viejísima de censura que es trágicamente normal en las Vascongadas desde hace años, pero que era una novedad hasta ahora en el resto de España. Es la censura típica del agit-prop estalinista y nazi. Una censura que consiste en amedrentar, en asustar, en difundir el miedo, para así obtener un asentimiento que es puro y duro sometimiento.

Ver cómo el Partido Comunista se “batasuniza”, puede resultar doloroso, pero no cabe decir que sea extraño. Las esencias de la censura “batasuna” son las mismas que las del estalinismo que está en el disco duro de IU. Ver cómo los nacionalistas étnicos se suman a la marea totalitaria tampoco debería extrañar, pues la conexión entre el totalitarismo y el nacionalismo ha sido constante y sistemática en los últimos cien años. Por supuesto, no me refiero al uso, meramente propagandístico y fungible, de las palabras, sino a la dialéctica -más cruel- de los hechos. Qué verdad es que, para los partidos comunistas y nacionalistas, el lenguaje, como vio Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, parece haberse inventado, no tanto para aclarar las cosas, como para ocultarlas a conveniencia.

Pero ver que los dirigentes del PSOE -y no sólo la sección nacionalista socialista catalana o sus filiales vasca y gallega- se suben a la cresta de la ola totalitaria o la jalean, produce, cuando menos, desaliento, pues demuestra que siguen en los años de plomo y lodo de González y no han aprendido esa primera lección de humanidad y democracia que es ponerse inmediatamente, sin circunloquios, de parte de los que padecen agresiones por expresarse libremente, de parte de los que no están dispuestas a que les impongan a la fuerza lo que deben pensar, decir y hacer.

¿Cómo conseguir un estilo civilizado de convivencia que amenaza con volatilizarse? Esa es la cuestión. Ojalá bastase con el simple ejercicio de la razón, pero no hay que hacerse ilusiones, pues, como advirtió Pareto, “es una característica común a todas las supersticiones no dejarse convencer por más evidentes que sean las pruebas proporcionadas por la lógica y la experiencia”. Pero aunque uno no pueda hacerse ilusiones, yo no quiero perder la ilusión. La ilusión de que todavía es posible un ejercicio sostenido y bien informado de la razón, de que todavía es posible el sosiego que requiere ese ejercicio, de que la sociedad española y sus intelectuales harán todo lo posible por lograr esos objetivos y por contribuir a que la educación y la cultura arranquen de raíz la planta letal del fanatismo. La ilusión, en fin, de que son más los capaces de supeditar toda otra consideración a la búsqueda de la verdad, pues es esa búsqueda, aún más que su posesión, lo que mejor caracteriza al hombre cabal, al hombre de verdad civilizado.