Opinión

Unos y otros

11 diciembre, 2003 01:00

Que no todos somos iguales es algo que está muy claro. Basta echar una ojeada a los sucesos de las últimas semanas para comprobarlo.

Murió Franco Corelli en un hospital de Milán a los 82 años. Hace bien poco se ha publicado una Tosca en Parma de 1966 que es todo un prodigio. Representa al tenor por excelencia, de voz varonil y agudos prodigiosos -¡qué "Vittoria"!- pero también al que sabe cantar. Ahí está el filado del "Adiós a la vida" que quita el hipo. Los medios de todo el mundo se hicieron eco de su desaparición. El mismo día falleció en Montecarlo otro tenor italiano del mismo nombre, la misma facilidad en los agudos y similar timbre varonil pero, he ahí la diferencia, mucho más limitado en su línea de canto. Tenía 65 años y había aún había cantado un Trovador en Viena en el 2000. Bonisolli era, en el fondo, el fan número uno de Corelli y el enemigo número uno de Domingo. No entendió nunca que le superase en popularidad alguien incapaz de dar sus agudos. Falleció durmiendo. Dicen que quizá se enteró en sueños de la muerte de Corelli y quiso seguirle.

Y, mucho más light, Ainhoa Arteta canceló todas sus actuaciones a causa del disgusto que le ha producido su separación matrimonial del barítono Dwayne Croft. Suspendió un concierto con el exmarido en Barcelona -lo que puede tener su lógica- y también La Rondine en Oviedo y otras representaciones más por aquí y por allá. Y uno recuerda cuantos artistas han estado actuando en un escenario en circunstancias mucho peores. Desde Roberto Scandiuzzi, con su padre agonizando, hasta el más pop Gianni Morandi cantando La Fisarmonica en un concurso de la Rai mientras perdía su primer hijo. Unos son más profesionales y otros menos.

Y cosas similares vemos en las orquestas. Hace años saltó en escándalo en la Filarmónica de Berlín cuando Karajan se empeñó en meter a una mujer, a Sabine Mayer. Años después se veían ya muchas en los atriles, mientras que en la Filarmónica de Viena sólo una -sucedió en Madrid- y adivinen en qué atril... La última viola.

¡Y qué decir de La Fenice, incendiada dos años después que el Liceo! éste funcionaba ya en temporada a los cinco años, el otro se abre a los ocho para volverse a cerrar. Decididamente, no todos somos igules.