Image: Erótica y docencia

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Opinión

Erótica y docencia

por George Steiner

16 septiembre, 2004 02:00

Sin título, (1989), de Rothko, se exhibe en el Guggenheim-Bilbao

Alcibíades se expresa con vehemencia cuando habla de la fealdad de Sócrates. Es un sátiro bulboso de nariz chata, un Sileno. Su semblante y su cuerpo desafían los criterios áticos de belleza masculina, de ese lustre físico que la tradición atribuye a Platón. Sin embargo, los poderes de seducción del Maestro no tienen rival.

Nadie puede resistirse al hechizo carismático de Sócrates, al embrujo de su presencia. Será de la imagen de Sócrates, inmortalizada en innumerables bustos helenísticos y romanos, de la cual derivará Kierkegaard la tipología del seductor. Esa seducción va mucho más allá de las palabras y trampas dialécticas de Sócrates. Es un compuesto indefinible, espiritual y carnal. El discípulo se consume de deseo por su Maestro. La enumeración que hace Alcibíades de sus intentos por mantener relaciones sexuales con Sócrates está teñida de un humor -disparatado y lleno de autoironía- y un dolor que desafían a la paráfrasis. Inmediatamente, con un regusto de premonición, es enjuiciado Sócrates "por arrogancia". El bello Alcibíades ha "yacido toda la noche con este hombre divino y extraordinario" al que desea y ama con locura. Tiene que abandonarlo por la mañana, frustrado por el irónico autodominio del que hace gala Sócrates, "como si hubiera dormido con su padre o su hermano mayor".

Sócrates es, valiéndonos de un término poco elegante, un "erotista". La naturaleza, la cualidad del amor, desde la lascivia hasta la trascendencia (agapé), llena sus indagaciones. El control y el despliegue del eros dentro de lo político, dentro del alma individual, la concordia y el conflicto entre el amor y la búsqueda filosófica de verdades primordiales -estas dos últimas cosas, a la postre, han de ser unificadas-, son un tema recurrente en el Sócrates platónico. A través del neoplatonismo y del cristianismo helenizado, el eros socrático-platónico impregnará el pensamiento y la sensibilidad occidentales. En realidad, el amor socrático es homoerótico. Es la pasión de un hombre de más edad por un adolescente (entre otros textos, el Cármides no permite tener dudas en cuanto a las realidades físicas). El matrimonio de Sócrates y Jantipa se convierte en un proverbio de desdicha conyugal. Es posible que, de vez en cuando, haya profesores de filosofía que tengan que eliminar a sus esposas: testimonio, el drama de Althusser. Es en los muchachos y en su radiante desnudez donde Sócrates haya complacencia. Es difícil comprobar las opiniones del propio Platón sobre la homosexualidad, y el asunto en conjunto sigue siendo materia de discusión en los estudios clásicos y en la antropología social. Su papel, su significación en la totalidad de nuestro tema son destacados.

El erotismo, encubierto o declarado, imaginado o llevado a la práctica, está entretejido con la enseñanza, con la fenomenología del Magisterio y el discipulazgo. Este hecho elemental ha sido trivializado por una fijación en el acoso sexual. Pero sigue siendo esencial. ¿Cómo podría ser de otro modo? El pulso de la enseñanza es la persuasión. El profesor solicita atención, acuerdo y, óptimamente, disconformidad colaboradora. Invita a la confianza: "sólo se puede cambiar amor por amor y confianza por confianza", como dijo Marx, con idealismo, en sus manuscritos de 1844. La persuasión es tanto positiva -"comparte esta habilidad conmigo, sígueme en este arte y en esta práctica, lee este texto"- como negativa -"no creas esto, no malgastes tiempo y esfuerzo en aquello"-. La dinámica es la misma: construir una comunidad sobre la base de la comunicación, una coherencia de sentimientos, pasiones y frustraciones compartidas. En la persuasión, en la solicitación, aunque sea del género más abstracto y teórico, -la demostración de un teorema matemático, la enseñanza del contrapunto musical-, es inevitable un proceso de seducción, deseada o accidental. El Maestro, el pedagogo, se dirige al intelecto, a la imaginación, al sistema nervioso, a la entraña misma de su oyente. Cuando se enseñan destrezas físicas -deporte, ejecución musical-, se dirige al cuerpo. El hecho de dirigirse y el de recibir, lo psicológico y lo físico, son estrictamente inseparables (vean una clase de ballet en pleno funcionamiento). Se apela a una totalidad de mente y cuerpo. Un Maestro carismático, un "profe" inspirado toma en sus manos, en una aprehensión psicosomática, radicalmente "totalitaria", el espíritu vivo de sus alumnos o discípulos. Los peligros y los privilegios no conocen límites.

Toda "irrupción" en el otro a través de la persuasión o la amenaza (el miedo es un gran profesor) raya en lo erótico, lo libera. La confianza, el ofrecimiento y la aceptación tienen unas raíces que son también sexuales. La enseñanza y el aprendizaje se ven determinados por una sexualidad del alma humana de otro modo inexpresable. Esta sexualidad erotiza la comprensión y la imitatio. Añádase a esto el elemento clave de que, en las artes y en las humanidades, el material que se enseña, la música que se practica y se analiza, están per se cargados de emociones. Dichas emociones, en una parte considerable, tendrán afinidades inmediatas o indirectas con el ámbito del amor. Intuyo que las solicitaciones de las ciencias utilizan su propio eros, aunque de una manera más difícil de parafrasear. Una "clase magistral", una tutoría, un seminario, hasta una conferencia, pueden generar una atmósfera saturada de tensiones cordiales. Las intimidades, los celos, los desencantos se irán convirtiendo en movimientos de amor u odio o en complejas mezclas de ambos. La puesta en escena contiene deseo y traición, manipulación y distanciamiento, al igual que en el repertorio del eros. "Eres el único amante que he tenido que sea verdaderamente digno de mí", se jacta Alcibíades, aunque sólo sea por Sócrates, como todo auténtico Maestro, "es el único hombre en el mundo que puede hacer que me sienta avergonzado".

Con el transcurso de los milenios, en innumerables sociedades la situación de la enseñanza, la transmisión de conocimiento, de técnicas y de valores (paideia) han unido en estrecha intimidad a hombres y mujeres maduros, por un lado, y a adolescentes y adultos jóvenes, por otro. Es en este enredo donde la fealdad física puede sedurir a la belleza; pensemos en Miguel ángel y Cavalieri. En la Academia platónica o en el gimnasio ateniense, en la casa alargada papú, en las escuelas privadas británicas, en seminarios religiosos de todos los matices, el homoerotismo no sólo ha prosperado sino que ha sido considerado como educativo. El influjo erótico que el magister tiene a su disposición, las tentaciones sexuales que exhibe el alumno, conscientemente o no, polarizan la relación pedagógica. Creo que es inherente a la enseñanza efectiva, como lo es al discipulazgo realizado, un ejercicio de amor o de ese odio que es la sombra del amor. En la antigua Atenas, este ejercicio fue abiertamente cultivado y filosóficamente avalado. También en Sócrates, suprema encarnación de lo érotico y de la abstinencia. Una vez más, esta dualidad forma parte de su "rareza".

[Mañana se publica Lecciones de los maestros (Siruela).]