Opinión

Aberraciones

30 septiembre, 2004 02:00

Alguna vez hay que hablar claro y llamar a las cosas por su nombre. Me refiero a las incomprensibles puestas en escena que tanto abundan hoy día. Ahí van unos ejemplos.

La Tosca de Robert Carsen en el Liceo de Barcelona, con el suicidio de la protagonista tirándose al foso de la orquesta de un supuesto teatro, o la violenta pregunta de Scarpia "Un tan baccano in chiesa?" donde lo que hay es un jolgorio de acomodadores en un teatro. El último Parsifal del Festival de Bayreuth, plagado de producciones mareantes es otro caso, como el mismo Caballero de la rosa salzburgués con su lupanar final. ¿Y qué me dicen del Fausto muniqués con marionetas interrumpiendo la acción para explicar el argumento, o el Così fan tutte berlinés en el que no hay ni una mujer? No, lo que les cuento, Fiordiligi, Dorabella y Despina son también hombres. Es el Mozart gay. Y, bueno, uno se ríe y ya está, pero hay otras veces en que el espectáculo resulta tremendamente desagradable. Así un último Don Carlo de Himmelmann en el mismo Berlín en el que el preludio se desarrolla en una mesa de comedor sobre la que cuelgan de los pies cadáveres de rebeldes desnudos.

Lo grandioso del caso es que la mayoría de las veces la crítica de periódicos, que no tanto la de revistas especializadas, se queda perpleja y pasa de puntillas por tales aberraciones. Incluso hay quienes las encuentran interesantes en su afán esnobista. Los miedos a herir susceptibilidades, los amiguismos con los teatros y también, por qué no decirlo, las inseguridades hacen que los críticos pequen de complacientes. Y todo ello encima cuesta millones que menguan enormemente los presupuestos de los teatros.

Por eso no me sorprende que cantantes como Caballé, Gruberova o Gheorghiu digan que prefieran hacer ópera en concierto. Porque al menos pueden buscar el dramatismo a base de interiorizar, en vez de tener que cerrar los ojos para no despistarse con lo que hay a su alrededor. ¿Cuál es el problema realmente? ¿Por qué los responsables de los teatros se rinden ante este falso "intelectualismo" escénico? ¿Por qué las habituales protestas del público, incluso pateos, no sirven para nada? Esto es lo que me gustaría que alguien me explicase.