Opinión

Nuestro hoy

21 octubre, 2004 02:00

Acaba de pasar por Madrid Renée Fleming, quizá la soprano más relevante de las nuevas generaciones y un caso muy representativo de la situación musical en nuestros días. Ella reúne virtudes y defectos de ésta.

Antes los grandes cantantes se dedicaban fundamentalmente a la ópera y cantaban en los teatros de ópera. Los Mario Lanza nunca llegaban a ellos. Ahora es casi al revés. Las grandes figuras se dedican a los conciertos y, a ser posible, en escenarios multitudinarios, mientras los Andrea Bocelli recalan en las óperas. Los tres tenores abrieron un melón que ha llenado de podredumbre el género. La razón es naturalmente económica. Una ópera en condiciones obliga a largos periodos de ensayos y de permanencia fija en una ciudad. En cambio un concierto apenas requiere tres días y un recital con piano ni eso. ¡Qué lejos quedan los tiempos cuando toda una Berganza exigía a Karajan un mes de ensayos! Y los maestros tan felices porque también ellos trabajan menos.

Ahora los cantantes que participan como solistas en un concierto sinfónico sólo salen a escena para su intervención. Mientras tanto su silla permanece vacía en el escenario. Entran y salen de él sin importar cortar la concentración. Antes se sentaban para escuchar los tres tiempos de la Novena hasta que llegara el Himno. Eso les permitía crear versiones individualizadas, recreaciones en función de lo que estaban escudando. Ahora se quedan en su camerino a abrir el sobre y contar los billetes que su agente les ha pasado con el pago de sus servicios. ¡Qué lejos los tiempos cuando toda una Sutherland permanecía sentada en el escenario haciendo calceta mientras el director de turno abordaba la obertura entre aria y aria!

Antes se escuchaba la voz de cualquier soprano de relieve desde cualquier punto del teatro. Ahora cualquier soprano de relieve tiene una voz diminuta que sólo se oye desde las primeras filas. Eso sí, son ciertamente mucho más musicales... y también más relamidas. ¡Qué lejos los tiempos de una Gulín sonando en los lejanos gallineros como una trompeta en la oreja!

El cambio no sólo es cuestión de calidades, sino también de actitudes. ¡Felices los que no se enteren!