Image: Trieste y el deseo de patria

Image: Trieste y el deseo de patria

Opinión

Trieste y el deseo de patria

por Claudio Magris

21 octubre, 2004 02:00

Elvira González expone en Madrid obras de los años 60 de Adolph Gottlieb

Es difícil decir si las cosas se ven mejor de cerca o de lejos, si los grandes acontecimientos históricos los comprende más a fondo quien los vive directamente en su propia piel, apasionadamente envuelto en su transcurrir, o quien los mira desde un punto de vista más lejano y con mejor perspectiva, lo que permite no dejarse engañar por su inmediatez y encuadrarlos en el contexto general.

La perspectiva idónea, como hace años decían en dos excelentes libros Alberto Cavallari y Tito Perlini, es la doble, cercana y lejana, que se aparta de la ardiente absolutez de la visión de un cuadro que comprenda la situación histórica y del particular al universal, que pueden ser comprendidos sólo en esta relación recíproca. El 26 de octubre de 1954 en que Trieste volvió a Italia después de una larga y dramática odisea es una fecha histórica que forma parte de mi biografía; viví -muchacho de quince años- aquel día y aquella noche de fiesta por las calles. Un año antes, en uno de los momentos de mayor tensión en las fronteras orientales de Italia, había caído bajo el plomo de la policía al mando de los ingleses -que junto a los norteamericanos gobernaban la Zona A del Territorio Libre de Trieste- mi compañero de clase Piero Addobbati, durante la represión de las manifestaciones a favor de la italianidad de la ciudad. Aquel 26 de octubre probé el sentimiento que cantó Manzoni: "¡Oh días de nuestra libertad!/¡Oh doliente para siempre aquel/que de lejos, de labios de otro/como un hombre extranjero, la oirá!/ Que hablando a sus hijos un día/tendrá que decir suspirando: yo no estaba allí..." [...].

La alegría de aquel 26 de octubre ocultaba la tristeza por la pérdida de Istria y Fiume. Durante muchos años el drama de Trieste -y del éxodo istriano- ha sido ignorado: muchos italianos no sabían ni siquiera dónde estaba Istria o si Trieste se encontraba en Italia o en Yugoslavia; por desgracia, incluso en la Nota sobre la historia de Trieste distribuida por el Comité Tricolor hay errores geográficos y cronológicos, lagunas y omisiones. Durante muchos años, del drama de la Venecia Giulia -que pagó por toda Italia los desastres de la política fascista- no se hablaba casi nunca: por ignorancia, por desinterés, por temor a pasar por nacionalistas. La derecha, en cambio, hablaba de ello para reavivar los odios chovinistas y los sentimientos antieslavos que habían estado en el origen del drama giulano y de la mutilación de aquellas tierras nuestras [...].

La patria es un valor, nace como idea progresiva y revolucionaria de liberación de los pueblos en la época de la Revolución Francesa, cuando los ciudadanos patriotas aniquilan, combatiendo por ella, a los soldados que combaten sólo por su soberano y por la casa reinante. La patria así entendida no se opone al sentimiento de pertenencia a la humanidad universal: Dante decía que había aprendido a amar Florencia a base de beber el agua del Arno, pero en seguida añadía que nuestra Patria es el mundo, del mismo modo que la de los peces es el mar. Es justo y necesario que el 26 de octubre sea visto como una fiesta patriótica, de forma que la patria sea entendida como amor por la propia identidad en armonía con las otras, de igual dignidad. Trieste posee una inconfundible peculiaridad que las celebraciones actuales acallan con sordina, pues encarna y comprende en sí misma esta pluralidad. Ciudad italiana de gran pasión italiana, fue, en el pasado, un mosaico de gentes distintas llegadas de los más diversos países que se han italianizado, convirtiéndose a menudo -con sus apellidos alemanes, eslavos, griegos, armenios...- en los más fervientes patriotas. Trieste comprende varias comunidades que nos resultan igualmente propias. Sobre todo la comunidad eslovena, presente desde hace siglos. Estas comunidades poseen historias diversas y memorias distintas, a menudo contrapuestas, heridas que no se pueden ignorar pero que es necesario sanar. Geografía e historia han hecho de Trieste un caso particular. El 25 de abril en Trieste fue peculiar, porque pese a simbolizar como en otros lugares la liberación del fascismo nazi, fue inmediatamente seguido de la ocupación de Tito con su violencia antiitaliana y sus crímenes. La insurrección contra los alemanes del 30 de abril de 1945 fue doblemente trágica porque los antifascistas italianos se encontraron entre dos fuegos, agredidos también por aquellos partisanos que, bien por motivos nacionalistas, bien por motivos políticos, apoyaban la anexión de Trieste a la Yugoslavia comunista.

Del mismo modo, el mes de noviembre de 1918, con la entrada de Italia en Trieste, fue una fiesta para la gran mayoría italiana, pero no tanto para aquellos triestinos que, legítimamente, se habían sentido pertenecientes al plurinacional imperio de los Habsburgo y habían combatido por él; y menos aún para los eslovenos y croatas de la Venecia Giulia y de Istria convertidos en ciudadanos italianos, para los cuales, pese a todo, Italia ha sido no madre sino madrastra, con su política de desnacionalización, de negación de sus derechos, de desprecio y de violencia. La historia de estas tierras está atravesada de sangre, de culpas y de opresiones recíprocas, de rencores y de lutos. También de contiendas culturales al ritmo de "falsas etimologías injustas como invasiones", escribía Tommaseo, uno de los padres de nuestro Risorgimento, que en Trieste se afirmaba como un "italo-eslavo". Estas heridas no pueden ignorarse, como hace la Nota histórica del Comité Tricolor, que por ejemplo no menciona las leyes raciales del 38, particularmente relevantes en Trieste dado el gran carácter italiano de su comunidad judía, ni el campo de exterminio nazi de la Risiera ni la opresión desnacionalizadora antieslava. Callar es un acto que nos autolesiona involuntariamente, porque "la verdad os hará libres", dice el Evangelio, y quien la reprime se convierte en un esclavo. Hace tiempo, en el ayuntamiento de Duino-Aurisina, en la provincia de Trieste, se discutió si en los escritos bilingöes de los contenedores de basura debería aparecer antes el texto en italiano o en esloveno. No siempre las oposiciones han sido tan cómicamente leves.

Es necesario mirarle a la cara a esta herencia negativa, afrontarla. Francas indagaciones históricas, no temerosas de ofender a nadie, pueden y deben revisar juicios y versiones de los hechos, rectificar cifras de víctimas o de verdugos con la serenidad de quien busca la verdad histórica, no con el rencor de quien hurga en las llagas para hacerlas supurar más aún, feliz si descubre una infamia más del enemigo para poder acusarlo con más fuerza. Una patria sólo lo es si es patria de todos sus ciudadanos, sea cual sea su nacionalidad, religión o fe política. Los grandes escritores italianos de Trieste han subrayado siempre con fuerza la pluralidad de la ciudad: Slataper, que murió combatiendo por su italianidad, decía "yo soy eslavo, alemán e italiano", y Saba escribía: "Las incitaciones al odio entre razas (de los italianos contra los eslavos, de los eslavos contra los italianos) además de ser infinitamente nocivas, son infinitamente estúpidas". Esta Trieste italiana hace honor a Italia sólo si cada una de sus comunidades y cada uno de sus ciudadanos se siente a sus anchas y en su propia casa. Durante los últimos años se han dado grandes pasos hacia una convivencia real, en la que cada uno comience a sentir como propios los valores aportados por sus conciudadanos de otras nacionalidades. Otros pasos deben ser dados, por todas las partes. Quien no alcance a comprenderlo seguirá siendo aquel "nacionalista pobre y desheredado" del que escribe Enzo Bettiza, a quien "no le queda más que la exasperación vacía de sus propios sentimientos: no le queda más que la neurastenia".