Image: El Quijote en el mundo

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Opinión

El Quijote en el mundo

por Alfonso E. Pérez-Sánchez

25 noviembre, 2004 01:00

Fermín Ramírez de Arellano es el ganador del XIX premio BMW de pintura. su obra, Al norte, y de la de todos los artistas seleccionados se puede ver en la Casa de Vacas (Madrid)

Don Quijote, cuya "primera salida" al mundo de las letras impresas conmemoramos, es la figura literaria española que ha tenido más proyección universal. La novela primero fue entendida como una obra cómica que producía risa inacabable a través de peripecias grotescas donde se veían reflejadas muchas locuras cotidianas. Pero, con el paso del tiempo, los avances de la crítica exegética y el impulso romántico que supo ver en él la lucha eterna entre la realidad y la razón de una parte, y la imaginación y el deseo ideal de otra, pasó a ser un referente universal que brindaba ocasión de meditaciones inacabables e interpretaciones múltiples.

Las artes plásticas, en especial la pintura y el grabado, han brindado representaciones de sus tipos y sus escenarios, que, en muchos casos, han configurado nuestra imagen del Caballero de la Triste Figura, de su fiel escudero y de los infinitos personajes que bullen a su alrededor.La rápida difusión del texto en Europa y su entusiasta recibimiento hicieron que pronto aparecieran interpretaciones plásticas y gráficas de los personajes y episodios de la novela, tanto por su interés grotesco como por su valor dramático y narrativo. Curiosamente, los artistas españoles no fueron los primeros en llevar al lienzo los personajes y las situaciones de la novela. Hasta bastante tarde, no aparecieron aquí ediciones ilustradas. La primera que tuvo grabados, muy pobres, fue de 1674.

Pero en Europa, sobre todo en Francia y Holanda, es donde la imagen de don Quijote encuentra pronto consagración plástica. Una de las más tempranas es la atribuida a Mathieu Le Nain (1607-1677) que procede de la colección Stirling, en Keir. Limitada a las dos figuras protagonistas, no extrema la caricatura como sucederá después. Don Quijote, a caballo de Rocinante, vestido con una armadura medieval, tiende la mano para recibir la lanza que Sancho le alarga, cabalgando en un rucio lento y paciente. El lienzo es sereno y representativo de los personajes, y quiere, sin duda, acogerse a las descripciones del texto. Don Quijote es de rostro severo, con largos bigotes y Sancho, grueso y rudo. Más violenta es la caracterización del caballero en un lienzo del pintor holandés Dominicus Van Wynens (1661- ca. 1690) conservado en el Museo de Budapest; dicho lienzo presenta al personaje irrumpiendo en la posada donde se desarrolla una riña, echando mano a la espada. Alto, flaco, con perfil agudo, ya es quizá la imagen que se impondrá durante todo el siglo XVIII.

Precisamente, una de las primeras interpretaciones de calidad del tema quijotesco entre nosotros se debe a un francés: el exquisito pintor Miguel ángel Houasse (1680-1730), llegado a Madrid en 1715 para ejecutar retratos de corte, pero que pronto se especializó en otro género de pintura. En el Palacio Real se conserva un excelente lienzo con Don Quijote en la aventura del barco encantado, con el personaje gesticulante y Sancho aterrorizado, en una escena llena de vivacidad y sentido narrativo, en un escenario pleno de naturalidad.

Un estricto contemporáneo de Houasse, el aragonés Valero Iriarte (ca. 1680-ca. 1744), también realizó para la Corte varias telas con episodios del libro. En el Museo del Prado se conservan dos: Don Quijote en la venta, dándole de beber con una caña, y Don Quijote armado caballero; en la colección del Banco Santander Central Hispano, se puede contemplar la Aventura de los pellejos de vino. En ellos, la figura del caballero, ya definida con los rasgos que serán característicos, aparece inmersa en un escenario amplio que ha interesado al artista, tanto o más que el personaje, atento al sentido narrativo, vivaz y expresivo, rebosante de observación y gracia. A este mismo espíritu, acumulador de detalles y empleando atuendos de fantasía que copian las imágenes ideadas por Antoine Coypel, corresponden las deliciosas escenitas, verdaderas miniaturas sobre vitela que pinta Ana Meléndez Durazzo (1714-1760) para presentar al rey y que hoy se conservan en parte en el Museo de Bellas Artes de Asturias de Oviedo. En ellas don Quijote aparece, como siempre, armado, extremadamente delgado y con retóricos gestos en las posiciones más ridículas.

Las escenas elegidas no son las que nuestro gusto de hoy escogería como más representativas del inmortal libro, pero permiten juzgar el entendimiento del texto en el siglo XVIII que daba preferencia a los episodios más novelescos y grotescos. Entre los elegidos figuran el Encuentro de Don Quijote con la princesa Micomicona, la Victoria de Don Quijote sobre el caballero del Bosque y los episodios de Sancho en la ínsula de Barataria. [...] El Romanticismo, tanto español como europeo, encontró en el Quijote fácil cantera para sus despliegues imaginativos. Pintores ingleses, franceses, italianos, norteamericanos incluso, y, por supuesto españoles abordaron la interpretación del texto con absoluta libertad y consiguieron dotar a las figuras principales de una singular personalidad variada en detalles, pero fiel siempre a unos prototipos fijados por el texto y por un entendimiento literario de las circunstancias y el desarrollo de la acción y del escenario que, a veces, como ocurrió en el siglo XVIII, desbordaba a los protagonistas y concedía más importancia al marco y las comparsas. Un caso límite en esta dirección es el del francés Adolphe Monticelli (1824-1886), que en su lienzo Don Quijote y Sancho (1965) hace aparecer las figuras del caballero y su escudero por el fondo de un amplísimo escenario campestre, donde pululan personajes casi fundidos con el paisaje, tratado con su personalísimo modo.[...]

Como es lógico, otros pintores representativos de la pintura española de la primera mitad del siglo XX trataron ocasionalmente el tema cervantino y quijotesco. Sirva de ejemplo La muerte de Don Quijote, de Sorolla, interpretada con severo realismo y honda emoción, o la Cabeza de Anciano que Zuloaga interpreta como un ideal don Quijote, asentado doblemente sobre un modelo real y sobre el texto cervantino. Diferente es el caso de Salvador Dalí, que en 1945 ilustra una monumental edición de la novela con bellas acuarelas en las que da rienda suelta a su desbordada imaginación y traduce, con evidente personalidad y acierto, las visiones de la mente enfebrecida de don Quijote, con un mundo soñado, extrañamente deformado y fantasmagórico, donde los personajes ahilados son casi filiformes espectros. Habría que añadir en estas notas a los Quijotes pintados las abundantes interpretaciones que han conocido el personaje y la novela en otros medios, como el teatro, la cinematografía o las artes decorativas más variadas.

[Lunwerg publica en diciembre La imagen del Quijote en el mundo]