Image: Humanidades, humanidad, (el modelo europeo de la universidad del conocimiento)

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Opinión

Humanidades, humanidad, (el modelo europeo de la universidad del conocimiento)

por José Luis Brea

7 julio, 2005 02:00

Con motivo del centenario de Díaz Caneja (1905-1988) el museo Reina Sofía le rinde homanje con una exposición de setenta pinturas, algunos dibujos y material documental. Caneja nos dejó una vanguardista visión de Castill

Cuando hablamos de sociedades del conocimiento nos referimos a aquellas en que todo el conjunto de los procesos de generación de riqueza (no sólo la espiritual y simbólica, sino la propiamente económica, incluso) se ha recentrado alrededor de los mecanismos y dispositivos gestores de la circulación social del saber, del conocer.

La universidad es sin duda una de esas agencias (si es que no la más importante) y por ello el proceso de transformación que necesariamente ha de experimentar es absolutamente clave: tanto más cuanto que en el curso de ese proceso se va a ver convocada a ocupar un nuevo y mucho más activo papel, no limitado ya a la custodia y transmisión de conocimientos, sino fundamentalmente extendido a la función de producirlos (como un auténtico y competitivo departamento de I+D+i).

Me parece importante resaltar, en estos momentos de gestión política del proceso de reforma de la universidad, que el marco histórico que debe considerarse como trasfondo último ha de ser precisamente el de esa transición de la universidad a su nueva función como universidad del conocimiento. Y que es en su horizonte donde debe situarse la ocasión administrativa concreta -la integración y configuración del Espacio Europeo de Educación Superior- para intentar ofrecer en él una respuesta cabal al desafío y la exigencia que su definición en la nueva sociedad del conocimiento le dirige.

El gran reto para la universidad europea consistiría en abordar ese proceso sin malbaratar la herencia con que nació la universidad moderna, asociada a la voluntad de afirmación de un conjunto irrenunciable de valores relacionados no sólo con la cientificidad y autoorganización del sistema de saberes, sino también con su proyección en el horizonte de la vida práctica y la promoción correlativa de los valores de libertad y justicia.

Ese modelo europeo debería entonces distinguirse con perfil propio del estadounidense que viene guiando el tránsito a la universidad de la excelencia -el modelo de transferencia engranada entre universidad y tejido económico-productivo por la vía del encadenamiento entre producción avanzada de conocimiento y motorización de la vida económica- precisamente por el reforzamiento en el proceso de los dispositivos agenciadores de reflexividad que, desde la universidad, aseguren que el horizonte al que apunte la transformación no sea ajeno a los intereses de optimización de las condiciones de la vida común.

Ese debería ser el papel que unas humanidades renovadas habrían de cumplir en la nueva universidad del conocimiento. No tanto el encastillamiento en la defensa cerrada de un repertorio asentado de realizaciones históricas o de valores presuntamente esenciales a la condición humana, sino más bien la aportación de herramientas analítico-conceptuales que permitiesen al sujeto de conocimiento relacionarse con las producciones culturales y simbólicas -y no sólo las del pasado, sino especialmente las propias de su tiempo-, fuertemente armado de cualidades para su recepción, y aún producción, reflexivo-crítica. A la hora de valorar la importancia que para la universidad del conocimiento supondría este reforzamiento de tales humanidades no tendríamos que embarcarnos en cuentas inmediatistas, y más o menos ruines, sobre números de matriculaciones o egresados con éxito en los mercados de trabajo, sino, y a partir de una mirada estratégica de más amplio alcance, considerar serenamente las ventajas que para los intereses de nuestra universidad podría conllevar su reforzamiento, desarrollo y redefinición. Sin pretensión de exhaustividad, intentaré mencionar algunas de ellas:

1. Hay un lazo estrecho y evidente entre las disciplinas humanísticas y las prácticas de producción simbólica y cultural: fortalecer aquéllas necesariamente estimulará el desarrollo de éstas -no debe olvidarse que el escenario en que las prácticas culturales se despliegan constituye el más importante sector en crecimiento en las sociedades del capitalismo avanzado-. Para un país como el nuestro, cuyo patrimonio y tradición cultural constituye un activo heredado de indiscutible valor, la inversión en este campo debería contemplarse con absoluta prioridad estratégica.

2. El reforzamiento de los dispositivos de reflexividad y criticidad que frente a las prácticas culturales han de constituir las nuevas humanidades no sólo redundaría en un aumento cuantitativo de las posibilidades de desarrollo de la producción de nuestras industrias culturales, sino que, y esto es más importante, favorecería su desarrollo de calidad. No parece que otro pueda ser el camino para orientar la aspiración a ser competitivos en el mercado de las prácticas de producción simbólica.

3. El reforzamiento de tales dispositivos favorecerá las capacidades de desarrollar una recepción crítica. Ello, que supone mejorar las condiciones de participación de la ciudadanía en los procesos de transferencia de imaginario social, constituye la garantía de la capacidad de resistencia y respuesta frente a las posiciones de hegemonía política o económica definidas en el nuevo horizonte de la globalización, en el que las industrias del imaginario colectivo constituyen instrumentos políticamente de primer orden (por no decir que, según en qué manos, las más temibles armas de destrucción masiva).

4. El impacto de las nuevas tecnologías induce un crucial proceso de redefinición de las prácticas culturales, modificando su función. La investigación reflexivo crítica en esa intersección cultura/nuevas tecnologías constituye uno de los terrenos en que estimular la cadena investigación-desarrollo-innovación.

5. Por su potencial performativo, las prácticas de producción simbólica son catalizadores fundamentales de los procesos de agenciamiento identitario, reguladores efectivos en los procesos de producción de subjetividad y socialización. De ahí su importancia estratégica tanto de cara a la generación de cohesión social como de cara al refinamiento de la sensibilidad multicultural y el respeto a la diversidad identitaria.

Y 6. En ningún otro lugar mejor que en su espacio cabe pensar las condiciones de reflexividad necesarias para reconocer y someter a crítica las implicaciones prácticas y políticas consiguientes a toda producción del saber. Que toda producción cognitiva responde en efecto a intereses específicos (raza, género, dominación cultural o económica) y moviliza relaciones de poder correlativas es algo bien conocido, como lo es la importancia que consiguientemente tiene el implementar los agenciamientos que hagan posible que tales condiciones e intereses puedan ser elucidados críticamente. Sin esa disposición autorreflexiva, las prácticas de producción de saber no sólo son ciegas a su movimiento, sino también a sus consecuencias prácticas -y que no han obrado siempre en beneficio de la humanidad es algo que resulta de obligada memoria colectiva-. Sin todo ello, sin la mirada autorreflexiva y reguladora que esas humanidades renovadas pueden aportar sobre los procesos sociales de flujo simbólico, la producción de información ni siquiera alcanzaría a ser producción de conocimiento. La universidad podría acaso serlo de la excelencia, pero esa excelencia no se predicaría de la humanidad. Y acaso precisamente el asegurar que esa excelencia humana sea el resultado último de los flujos informacionales y del saber pueda ser la nueva tarea y responsabilidad de las humanidades en la universidad del conocimiento. Cuyo título les sería entonces merecido no tanto por nombrar el contenido del que tratarían, sino también por su contribución a ennoblecer la vida del destinatario al que se obligarían: humanidades, humanidad.

José Luis Brea es profesor titular de Estética de la Universidad Carlos III