Opinión

Tirante el blanco (como don Quijote) Un caballero de carne y hueso

por Rosa Navarro Durán

30 marzo, 2006 02:00

El valenciano Joanot Martorell empezó a escribir su Tirant lo Blanc el 2 de enero de 1460, lo acabaría cuatro años más tarde; pero no vio nunca impresa su magnífica obra. El editor de la segunda edición, la barcelonesa de 1497, Diego de Gumiel, lo publica traducido al castellano en 1511 en Valladolid como obra anónima y sin que conste su origen. Ese es el libro que estaba en la biblioteca de don Quijote; el cura, entusiasmado al verlo, no sólo lo salvó de la quema, sino que le recomendó al barbero que lo leyera. Es la obra a la que le dedica los mayores elogios y la que glosa más extensamente; le dice a su amigo: "Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros de este género carecen". Lo que le atrae es, pues, su realismo; sus personajes parecen de verdad, de carne y hueso. El cura es un personaje de Cervantes, y un reflejo de su propio entusiasmo por Tirante el Blanco; no hay más que poner el nombre de su héroe, don Quijote de la Mancha, junto al del héroe bretón, Tirante el Blanco, para advertir que la dilogía del término Mancha está muy buscada; tanto que, para mantenerla, el escritor usa "lugar" (y no su equivalente "aldea") al comienzo de la obra: "En un lugar de la Mancha…".

Don Quijote, como Tirante, morirá por causas naturales: una calentura agrava la melancolía que le produce su derrota y, antes de morirse, dicta también testamento. Un agudísimo dolor de costado, que no pudieron curar los médicos, había acabado con la vida del joven Tirante; en su testamento, deja como heredero a su sobrino Hipólito, al que vemos por ello muy alegre. Don Quijote nombrará heredera a su sobrina, pero no se olvida del ama y de su fiel Sancho, cosa que les consolará mucho.

Y hay más huellas que muestran la cuidadosa y entusiasta lectura que hizo Cervantes de Tirante el Blanco, porque la misma aceptación de la derrota que hace su héroe en las playas de Barcelona está recreando la de otro personaje mencionado por el cura: Tomás de Montalbán. Ambos admiten declararse vencidos a pesar de la ignominia que esto suponía; a Tomás no le queda más remedio que hacerse franciscano, retirándose del mundo; y don Quijote ya no levantará cabeza, su lecho de muerte le está esperando. Pero además el hidalgo manchego sufrirá el mismo doloroso accidente que Tirante; y en una ocasión irá con un ligero atuendo realmente ridículo, tanto que nos recuerda lo risible que también está en paños menores la Viuda Reposada. Vamos a verlo.

Don Quijote y Sancho están en una loma contemplando dos ejércitos que van a enfrentarse, sólo que es el hidalgo manchego quien imagina a los caballeros que están a punto de entrar en combate, porque lo que hay en la llanura son ovejas y carneros ocultos por grandes polvaredas. Cuando un enardecido don Quijote decide entrar en batalla y empieza a alancear los rebaños, los pastores le responden con piedras que le lanzan con hondas. Una "almendra" le va directa a la boca en el momento en que está bebiendo bálsamo de Fierabrás, al que había acudido para calmar el dolor de sus alcanzadas costillas; la piedra romperá la alcuza y le llevará al hidalgo "de camino tres o cuatro dientes y muelas de la boca"; el dolor de las quijadas que sentirá don Quijote será tal que "no le dejaba sosegar". Sin saberlo, está siendo imagen de Tirante el Blanco.

Los reyes de Egipto y de Capadocia atacan al joven capitán y matan a su caballo, que, al caer, le aprisiona una pierna. Con gran esfuerzo, conseguirá sacarla de debajo del animal y ponerse en pie, pero se le cae la babera; en ese momento, el rey de Egipto le echará un bote de lanza, y "como no tenía babera, diole en medio de la cara, que le derribó cuatro dientes y muelas, de donde perdió mucha sangre y tenía gran dolor". Tirante y don Quijote sufren, pues, parecido accidente.

Vayamos ahora a un episodio de Tirante el Blanco que sucede en la cámara de Carmesina. La audaz Placer de mi Vida ha escondido a Tirante en una gran arca, que tiene un agujero por donde respira; la doncella pone ropa encima y la deja un poco abierta para que el caballero pueda mirar a gusto. Carmesina -que no sabe nada- se desnudará, y Placer de mi Vida toma "una candela encendida, y por hacer placer a Tirante mirábala toda la persona". Cervantes adapta la deliciosa escena en El celoso extremeño, sólo que trueca los papeles: son las damas las que mirarán, por un agujero que han hecho en el torno, al bien vestido galán; un viejo esclavo eunuco paseará la lumbre por su cuerpo para que puedan ellas admirar su gallardía.

Pero volvamos al aposento, donde acaba de entrar la Viuda Reposada y la princesa le pide que se bañe con ella. "La viuda se desnudó del todo y quedó en calzas coloradas y un garvín en la cabeza", y comenta el narrador que "aunque ella tenía gentil persona, las calzas y el garvín la afeaban tanto que parecía un diablo"; en ese atuendo, la Viuda está ridícula y no tienta a nadie. Tampoco lo hará un "malferido" don Quijote en la cama, donde va a visitarle la viuda doña Rodríguez. Cuando el caballero ve que alguien abre la puerta, se pondrá en pie en el lecho y se envolverá en una colcha de raso amarillo; la dueña verá así una extraña figura, de rostro y bigotes vendados (éstos para que no se le desmayen), y con un birrete en la cabeza. Al caballero manchego le duele muchísimo la boca porque ha perdido dientes y muelas como Tirante, y su figura es más ridícula que la de la Viuda Reposada, "cuyos amores y embustes" había también recordado el cura.

Podría seguir tendiendo puentes entre las dos obras, porque hay muchos más; pero parece ya evidente que tanto Tirante como don Quijote son personajes de carne y hueso porque a ambos les duelen parecidos golpes, enferman y mueren…, e incluso sus herederos pasan del llanto a la alegría. Tampoco el ridículo -ese sentimiento que atormenta tanto al ser humano- es ajeno ni a personajes del Tirante ni, por supuesto, al hidalgo manchego, aunque ni él ni la Viuda Reposada lleguen a darse cuenta de la mirada sonriente del narrador.