Opinión

¿Por qué escribe usted?

por Italo Calvino

18 mayo, 2006 02:00

Durante mucho tiempo, el diario parisino "Libération" estuvo preparando un número especial que vio la luz el 22 de marzo. A muchos escritores de todo el mundo se les planteó la misma pregunta: "¿Por qué escribe usted?". La encuesta tenía un precedente histórico: un número de noviembre de 1919 de la revista "Littérature", de Breton, Aragon y Soupault. La misma pregunta se planteaba entonces en una época en la que cataclismos y sacudidas de asentamiento convulsionaban no sólo el arte y la literatura sino todos los aspectos de la vida y del pensamiento. Este precedente se mencionaba en la propuesta de "Libération" a los interpelados, y no sé si pretendía establecer un paralelismo entre aquella época y la nuestra, después de que los años sesenta hubieran supuesto, sobre todo en la cultura francesa, una renovación fundamental (en la que la noción de écriture había sido uno de los caballos de batalla) y después de la más reciente moderación de todos los radicalismos del pensamiento. Basta con esta comparación entre las primeras y las últimas décadas del siglo para que consideremos nuestra época como una época sumisa y gris, tanto en la innovación como en la normalización; pero la gran novedad es que esta innovación más apacible (al menos en apariencia) no nos entristeció nada y ninguna nostalgia de épocas más agitadas se nos pasó ni por un instante por la cabeza, convencidos de que sólo nos depararían sorpresas desagradables.

¿Puede reflejarse ese estado de ánimo en las respuestas a una pregunta como "Por qué escribe usted"? Sucede que en un gran número de respuestas a la encuesta predomina una actitud instintiva de defensa ante una pregunta demasiado amplia, ante la pretensión de plantear problemas demasiado generales. En este sentido -como era de esperar, la respuesta de Samuel Beckett es lapidariamente ejemplar: "consiste sólo en las tres sílabas de una expresión coloquial: Bon qu’à ça ("No sé hacer otra cosa").

Aquí me limitaré a informar de cómo me las arreglé yo. Cortesmente apremiado por la insistencia epistolar y telefónica de los redactores de "Libé" y por algunos amigos encargados de convencerme, seguros de que podría dar una respuesta incluso breve, no me quedaba más remedio que armarme de valor y hacer frente a la sensación de aniquilamiento que me preducía la pregunta: ¿por qué escribo?

Ya había empezado a darle vueltas en la cabeza cuando llegó a mis manos el libro de Primo Levi L’altrui mestiere (ya hablé de él en las columnas de la "Repubblica") y vi que uno de los primeros capítulos se titulaba -¡qué casualidad!- "¿Por qué se escribe?", un texto probablemente escrito como respuesta a una encuesta similar. La pregunta, formulada de modo más impersonal (se escribe en lugar de escribe), daba a Levi la posibilidad de componer una lista razonada (con su espíritu equilibrado y omnicomprensivo) de las motivaciones, buenas o no tan buenas, que llevan a la gente a escribir. Primero venían las razones que él compartía en mayor medida, después, gradualmente, aquéllas sobre las que tenía alguna reserva o que le eran ajenas. Las motivaciones que Primo Levi exponía eran nueve. Se escribe: 1) porque se siente el impulso o la necesidad; 2) para divertir o divertirse; 3) para enseñar algo a alguien; 4) para hacer un mundo mejor; 5) para dar a conocer las ideas propias (variante de la anterior); 6) para liberarse de una angustia; 7) para ser famoso; 8) para hacerse rico; 9) por costumbre (motivación que se deja para el final por ser "la más triste de todas").

Al disponer de esta lista, me pareció que se me había facilitado mucho la tarea, porque tenía una base a partir de la cual llevar a cabo una reflexión metódica. Pero enseguida me di cuenta de que las dificultades no disminuían: ¿qué podía decir yo, dado que escribir me cuesta siempre un gran esfuerzo, una gran violencia sobre mí mismo, y no me divierte en absoluto? (Aunque divertir a mis lectores, o al menos no aburrirlos, es el primer deber social al que me siento obligado). Además, no creo tener vocación pedagógica, desconfío de quien pretenda cambiar el mundo para mejorarlo; desconfío especialmente de mis ideas, que se han demostrado erróneas demasiadas veces, etcétera. Resumiendo, responder a esta pregunta equivalía a caer en una crisis de depresión.

Les ahorraré a ustedes otras elucubraciones para no contradecir el imperativo social enunciado más arriba, y paso inmediatamente a exponer las tres motivaciones que comuniqué a "Libération" como conclusiones de mi examen de conciencia.

¿Por qué escribo? 1) Porque estoy insatisfecho con lo que yo he escrito y quisiera corregirlo de alguna manera, completarlo y proponer una alternativa. En ese sentido nunca hubo una "primera vez" en que me pusiera a escribir. Escribir siempre fue un intento de borrar algo ya escrito y poner en su lugar algo que aún no sé si lograré escribir.

2) Porque al leer a X (un X antiguo o contemporáneo) pienso: "¡Ah, cómo me gustaría escribir como X! ¡Lástima que eso esté totalmente fuera de mis posibilidades!". Entonces intento imaginarme esa empresa posible, pienso en el libro que nunca escribiré pero que me gustaría poder leer y poder colocar junto a otros libros amados en una estantería ideal. Y, de repente, alguna palabra, alguna frase me viene a la mente... a partir de ese momento ya no pienso más en X ni en ningún otro modelo posible. En lo que pienso es en ese libro, en ese libro que aún no ha sido escrito y que podría ser ¡mi libro! Intento escribirlo...

3) Para aprender algo que no sé. No me refiero ahora al arte de la escritura sino a lo demás, a algún saber o competencia específicos o a ese saber más general al que llaman "experiencia de la vida". Lo que más me anima a escribir no es el deseo de enseñar a los demás lo que sé o creo saber sino, al contrario, la conciencia dolorosa de mi incompetencia. Por lo tanto, ¿mi primer impulso sería el de escribir para fingir una competencia que no tengo? Pero para ser capaz de fingir debo, en cualquier caso, acumular informaciones, nociones y observaciones; debo llegar a imaginar el lento acumularse de una experiencia. Y eso sólo puedo hacerlo en la página escrita, donde espero capturar, al menos, algún rastro de un saber o de una sabiduría que en la vida apenas he rozado y que enseguida he perdido.

[éste y otros ensayos inéditos de Calvino conforman el libro Mundo escrito y mundo no escrito. Un acontecimiento editorial que lanzará Siruela en la próxima Feria del Libro.]