Opinión

El caso de los directores asesinaditos

De Ignacio García May

22 junio, 2006 02:00
A Robert Bloch

La ministra dio un grito y se desplomó. El director general tuvo que sentarse porque le temblaban las piernas. El comisario Arozamena tragó saliva y observó detenidamente la cajita que había sobre la mesa. Estaba abierta y contenía un pedazo de riñón humano y una nota manuscrita: "Desde el infierno les envío la mitad del riñón que le extraje. Me he comido la otra mitad. Estaba buenísimo. Afectuosamente suyo, Jack". Arozamena estaba acostumbrado a los casos difíciles: al fin y al cabo se había formado en Asturias durante el asunto del 11 M. Pero esto lo superaba todo. Preguntó: "¿Reconocen ustedes este riñón?" La ministra fue incapaz de decir nada coherente. En ella era normal, pero es que además seguía desmayada. El director general tartamudeó: "Creo... creo que es de C". No lograba apartar la vista del riñón. Las palabras se le atascaban en los labios. "Entonces", dijo el comisario, "¿también él era...?". "¡Sí!" interrumpió el director general. "¡También era un director de escena!"

Durante las últimas cuatro semanas habían aparecido seis directores salvajemente destripados en las inmediaciones del INAEM (Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música). La cosa se puso tan grave que el secretario general de la ADE (Asociación de Directores de Escena) solicitó al Ministerio del Interior que se destinaran guardaespaldas a todos los directores que tuviesen en su haber un mínimo de cinco montajes profesionales. Debido a discusiones dentro del sector, el número fue enseguida rebajado a dos montajes y una lectura en la SGAE, pero eso suponía de todos modos un enorme desembolso en seguridad, cosa que el ministro del interior hizo notar enseguida. "Bueno, ahora que ya han solucionado ustedes lo de ETA", dijeron desde la ADE, "habrá muchos guardaespaldas que se queden libres. No nos importa que estén usados. En el teatro estamos acostumbrados a reciclar". Una voz anónima y temblorosa, con acento catalán (aunque probablemente fingido) llamó a la policía para sugerir que debía buscarse al culpable entre los dramaturgos resentidos. "¡Maldición!", exclamó Arozamena. "¡Son demasiados!" Aún así se puso en contacto con la AAT (Asociación de Autores de Teatro) para iniciar los interrogatorios. No pudo hablar con el presidente porque estaba en un juicio contra los herederos de Molière por el uso de la palabra "imaginario", que consideraba de su propiedad intelectual, pero consiguió contactar con una secretaria muy mona que le facilitó la lista de dramaturgos censados. Efectivamente, y tal como había temido el comisario, eran demasiados. Pese a todo, se puso manos a la obra. Durante semanas, todos los dramaturgos del país fueron interrogados. Algunos de ellos, viendo la posibilidad de salir por fin en los periódicos, decidieron declararse culpables, aunque era evidente que mentían. Ciertos actores sin trabajo, que también tenían ganas de salir, pero en televisión, se declararon asimismo culpables. La Unión de Actores, para calmar los ánimos, quiso mandar rosas blancas a todos, pero Jack el Destripador seguía suelto y la gente tenía miedo de salir a la calle y no encontraron a nadie para llevar las flores. "¡Pero si sólo se carga directores!" razonó el secretario general. "Nunca se sabe si cambiará de opinión", respondió una actriz muy digna. "Yo lo he hecho muchas veces".

El caso no avanzaba. Unos días después Jack mató a otro director. Fue entonces cuando Arozamena, revisando sus currículos, descubrió la primera pista útil. "¡Santo cielo!", exclamó, porque le gustaban mucho ese tipo de expresiones manidas. Todos ellos coincidían en una cosa: habían dirigido textos de teatro clásico pero en versiones modernas. Dicho de otro modo: de ésas que quedan irreconocibles. Este dato permitía eliminar a algunos sospechosos. De entrada, a los críticos que admiraban este tipo de puesta en escena. ¿Por qué iban a eliminar así a alguien que hacía lo que tanto les gustaba?

Una noche, cuando Arozamena regresaba a casa tras interrogar a un director alternativo que aseguraba poseer datos confidenciales, pero que en realidad sólo quería que el comisario le presentara a la ministra para sacarle algo, fue súbitamente secuestrado por unos individuos encapuchados al volante de un Citrüen DS negro. (Como el de Fantomas, para el que no esté versado en coches). Al comisario le llamó la atención que hubieran utilizado un auto tan decididamente clásico, y anotó eso en su prodigiosa mente policial. Con los ojos vendados fue conducido a un edificio cuya ubicación nos resulta imposible describir, dado que no la conocemos.

Una vez allí, le quitaron la venda de los ojos y se encontró sentado frente a un amable anciano junto a una chimenea y rodeado de libros. Un lugar tranquilizador, para tratarse de un secuestro. El anciano le ofreció un coñac y luego, como suelen hacer este tipo de personajes, se puso a hablar con voz de doblador antiguo: "Bienvenido, comisario, al refugio secreto de los Compañeros de Belphegor". Luego, y por si fuera necesario, aclaró: "Somos una sociedad secreta", lo cual no era ya del todo cierto porque el comisario acababa de enterarse de su existencia. "Desde hace tiempo velamos por la salvaguarda de los grandes textos del teatro clásico. Que no los lea nadie, pase. Pero que los trituren como los trituran nos parece excesivo y además indecente. Así pues, hemos decidido eliminar sumariamente a aquellos que se toman su nombre en vano, empezando por los directores. ¡Pero que vayan preparándose los escenógrafos y todos los demás!" Era una revelación tremenda; pero no contento con ella, el anciano añadió: "lo de Jack el Destripador era por llamar la atención". El comisario preguntó, innecesariamente: "Entonces, ¿piensan ustedes seguir llenando la ciudad de cadáveres?". "¡Sin duda!" respondió el malvado viejo. "Le hemos elegido a usted para que comunique nuestra existencia al mundo. A partir de ahora, ¡no podrán decir que no estaban avisados!" Arozamena tembló de pies a cabeza, porque se dio cuenta de que aquel depravado hablaba en serio. Visto lo visto, ¡una ola de crímenes espantosos sacudiría al teatro español!

Pero absolutamente nadie se enteró nunca de esto, porque en aquellos días se celebraba el Mundial de Fútbol y, francamente, la gente no tenía tiempo para cosas irrelevantes.