Opinión

Un escritor en guerra

por Antony Beevor

20 julio, 2006 02:00

Antony Beevor

Antony Beevor, uno de los más celebrados historiadores del siglo XX, descubre en esta obra las peripecias del excepcional novelista ruso Vassily Grossman, en los años en los que acompañó como corresponsal del periódico "Estrella roja" al ejército soviético que combatía a los nazis. Beevor no sólo recupera sus artículos sino también sus diarios y cartas hasta trazar un retrato inesperado y sorprendente del conflicto.

La invasión nazi de la Unión Soviética comenzó en la madrugada del 22 de junio de 1941. Stalin, que se negaba a creer que Hitler pudiera engañarle, había rechazado más de ochenta advertencias.Aunque el dictador soviético no se hundió hasta más tarde, estaba tan desorientado al descubrir la verdad que el anuncio por radio a mediodía fue realizado por su ministro de Asuntos Exteriores,Viacheslav Molotov, con una voz helada.

El pueblo soviético demostró ser bastante más firme que sus líderes. De inmediato se formaron colas de voluntarios para ir al frente. Vasili Grossman, con gafas, exceso de peso y apoyándose en un bastón para caminar, se sintió defraudado cuando lo rechazaron en el puesto de reclutamiento.

No debería haberse sorprendido, considerando su endeble estado físico. Sólo estaba a mitad de la treintena, pero las chicas del apartamento vecino lo llamaban "tío". Durante unas semanas trató de obtener alguna forma de empleo relacionada con la guerra. Las autoridades soviéticas, entretanto, daban pocas informaciones precisas sobre lo que sucedía en el frente. No se decía nada de las fuerzas alemanas, de más de tres millones de soldados, que dividieron al Ejército Rojo con sus Panzerdivisionen capturando cientos de miles de prisioneros.

Sólo los nombres de las ciudades mencionadas en los boletines oficiales revelaban lo rápidamente que avanzaba el enemigo. Grossman había dejado de insistir a su madre en que abandonara la ciudad de Berdichev, en Ucrania. Su segunda mujer, Olga Mijailovna Guber, lo convenció de que no tenían espacio para ella.

Entonces, antes de que Grossman se apercibiera plenamente de lo que estaba sucediendo, el Sexto Ejército alemán se apoderó de Berdichev el 7 de julio. El enemigo había avanzado más de 350 kilómetros en sólo dos semanas. El fracaso de Grossman en salvar a su madre pesó sobre él durante el resto de su vida, incluso después de descubrir que se había negado a abandonar el pueblo porque no había nadie más que pudiera cuidar de una sobrina. Grossman estaba también muy preocupado por la suerte de Ekaterina, o Katia, la hija que había tenido con su primera mujer. No sabía que la habían enviado a pasar el verano fuera de Berdichev.

Desesperado por contribuir de alguna forma al esfuerzo de guerra, Grossman porfió ante el Departamento Político Central [Glavnoie Politicheskoie Upravlienie] del Ejército Rojo, conocido por su acrónimo GlavPUR, aunque ni siquiera pertenecía al partido comunista. Su futuro director, David Ortenberg, comisario con rango de general, contó más tarde cómo entró Grossman a trabajar en "Estrella Roja" [Krasnaia Zvezda], el periódico de las fuerzas armadas soviéticas, que durante la guerra se leía con más atención que ningún otro periódico.

"Recuerdo cómo entró Grossman por primera vez en la oficina del periódico. Fue a finales de julio.Yo había pasado por el Departamento Político Central y había oído que Vasili Grossman quería que lo enviaran al frente. Todo lo que sabía sobre él es que había escrito una novela, "Stepan Kolchuguin", sobre el Donbass [cuenca del Don].

-¿Vasili Grossman? -pregunté. No lo conozco personalmente, pero he leído "Stepan Kolchuguin". Enviadlo por favor a "Estrella Roja".
-Sí, pero nunca ha servido en el ejército. No sabe nada de él. ¿Trabajará bien en "Estrella Roja"?
-Seguro que sí -dije, tratando de persuadirles-. Conoce el alma de la gente.

»No los dejé en paz hasta que el Comisario del Pueblo [ministro] firmó la orden que permitía a Vasili Grossman incorporarse al Ejército Rojo y trabajar para nuestro periódico. Había un problema: se le dio el grado de soldado o, como solía bromear Ilia Ehrenburg acerca de sí mismo y de Grossman, "soldado sin entrenamiento". Era imposible darle el grado de oficial o el de comisario porque no pertenecía al partido.

»Era igualmente imposible hacer que vistiera el uniforme de soldado, ya que habría tenido que pasar la mitad del tiempo saludando a sus superiores. Todo lo que podíamos hacer era darle el grado de intendente. Algunos de nuestros escritores, como Lev Slavin, Boris Lapin o incluso, durante algún tiempo, Konstantin Simonov, estaban en la misma situación.

Sus galones verdes solían provocarles un montón de problemas, ya que eran los mismos que llevaban los médicos y siempre los confundían con ellos. En cualquier caso, el 28 de julio de 1941 firmé la orden: "El intendente de segundo grado Vasili Grossman es nombrado corresponsal especial de "Estrella Roja" con un salario de 1.200 rublos al mes."

Al día siguiente Grossman se presentó en la oficina del periódico. Me dijo que aunque no esperaba el nombramiento, se sentía muy dichoso con él. Regresó pocos días después completamente equipado y con un uniforme de oficial. [Su casaca estaba toda arrugada, las gafas le resbalaban por la nariz y la pistola le colgaba del cinturón sin ceñir como si se tratara de un hacha.]

-Estoy dispuesto para salir hacia el frente hoy mismo -dijo.
-¿Hoy mismo? -le pregunté-. Pero ¿sabe usted disparar con eso? -y apunté a la pistola que le colgaba del costado.
-No.
-¿Y con un fusil?
-No, tampoco.
-¿Y cómo le puedo permitir llegar así al frente? Allí puede suceder cualquier cosa. No, tendrá usted que vivir en la oficina del periódico de la editorial durante un par de semanas.

»El coronel Ivan Jitrov, nuestro experto táctico y antiguo oficial del ejército, se convirtió en el instructor de Grossman. Lo llevó a uno de los campos de tiro de la guarnición de Moscú y le enseñó a disparar.

El 5 de agosto Ortenberg le permitió a Grossman salir hacia el frente.

Dispuso que le acompañaran Pavel Troyanovski, un corresponsal de gran experiencia, y Oleg Knorring, un fotógrafo. Grossman describió su partida con bastante detalle. "Salimos para el Frente Central, el oficial político Troyanovski, el cámara Knorring y yo.Troyanovski, con su flaca cara oscura y su gran nariz, ha recibido la medalla "por el Valor en la Batalla".

Ha visto mucho a pesar de su juventud; de hecho es unos diez años más joven que yo. Al principio pensé que Troyanovski era un auténtico soldado, un combatiente, pero resultó que había comenzado su carrera en el periodismo no hace mucho como corresponsal de "Pionerskaia Pravda" [el periódico de la juventud comunista].

Me han dicho que Knorring es un buen fotógrafo. Es alto, un año más joven que yo. Yo soy el mayor de los tres, pero comparado con ellos soy como un niño en cuestiones de guerra". Se divierten mucho contándome los próximos horrores. Salimos mañana por tren. Viajaremos en un vagón "blando" hasta Briansk, y desde allí por cualquier modo de transporte que Dios nos ponga al alcance.

Antes de nuestra partida el comisario de brigada Ortenberg nos puso al corriente.Nos dijo que estaba a punto de producirse una ofensiva. Nuestro primer encuentro tuvo lugar en el GlavPUR. Ortenberg tuvo una conversación conmigo y finalmente me dijo que pensaba que yo era un autor de libros para niños. Esto fue una gran sorpresa para mí.Yo no tenía idea de que hubiera escrito libros para niños. Cuando nos despedíamos le dije: "Salud, camarada Boiev." Soltó una carcajada.

"Yo no soy Boiev, soy Ortenberg." Bueno, se la devolví. Lo había confundido con el jefe del departamento de publicaciones del GlavPUR. He estado bebiendo todo el día, como hacen los reclutas. Apareció papá, y también Kugel, Vadia, Yenia y Veronichka. Veronichka me miraba con ojos muy tristes, como si yo fuera Gastello.

Yo estaba muy emocionado. Toda la familia cantó y mantuvimos conversaciones tristes. La atmósfera era melancólica y concentrada. Pasé solo la noche, pensando.Tenía muchas cosas y mucha gente en que pensar. El día de nuestra partida es precioso, cálido y lluvioso. El sol y la lluvia alternan bruscamente. Las calzadas y aceras están húmedas. A veces brillan y a veces se ven gris pizarra. El ambiente es húmedo, sofocante.

Una bonita chica, Marusia, ha venido a despedir a Troyanovski. Trabaja en la oficina editorial [de Estrella Roja], pero al parecer ha venido a despedirle por propia iniciativa, no porque se lo haya pedido el director. Knorring y yo actuamos con tacto, evitando mirar hacia ellos.

Luego los tres [salimos al andén].Tengo muchos recuerdos de la estación de ferrocarril hacia Briansk. Es la estación a la que llegué cuando vine por primera vez a Moscú. Quizá esta partida de hoy sea la última. Bebemos limonada y comemos pastelillos repugnantes en la cafetería. Nuestro tren sale de la estación. Todos los nombres de estaciones de la línea me son familiares. He pasado por ellos muchas veces cuando era estudiante, yendo a ver a mamá a Berdichev, de vacaciones. Por primera vez en mucho tiempo puedo echarme a dormir en este compartimento "blando", después de todas las incursiones aéreas sobre Moscú.

[Después de llegar a Briansk] pasamos la noche en la estación de ferrocarril. Todos los rincones están llenos de soldados del Ejército Rojo. Muchos de ellos mal vestidos, andrajosos.Ya han estado "allí". Los abjazos son los que tienen peor aspecto. Muchos de ellos van descalzos. Tenemos que pasar despiertos toda la noche. La aviación alemana aparece por encima de la estación, y el cielo zumba, hay luces de reflectores por todas partes.

Todos corremos buscando un lugar seguro tan lejos como sea posible de la estación. Afortunadamente los alemanes no nos bombardean, tan sólo nos atemorizan. Por la mañana escuchamos una emisión radiofónica desde Moscú. Es una conferencia de prensa de Lozovski [jefe de la Oficina de Información soviética]. El sonido era malo, lo oíamos ansiosos. Utilizaba, como es costumbre, muchos aforismos, pero no consiguió que nuestros corazones se sintieran más aliviados.

Vamos a la estación de mercancías en busca de un tren. Nos meten en un tren hospital que va hasta Unecha [a medio camino entre Briansk y Gomel]. Subimos al tren, pero de repente se desata el pánico.Todo el mundo comienza a correr y a disparar. Resulta que un avión alemán está ametrallando la estación de ferrocarril. Yo mismo me vi en un estado de considerable conmoción.

Desde Unecha viajamos en un vagón de mercancías. El tiempo era maravilloso, pero mis compañeros de viaje dijeron que eso era malo, y yo también me di cuenta. Habría cráteres y agujeros negros producidos por las bombas a lo largo de la vía férrea. Se podían ver árboles derribados por las explosiones. En los campos había miles de campesinos, hombres y mujeres, cavando zanjas antitanques. Observamos nerviosamente el cielo y decidimos saltar del tren si sucedía lo peor.

Se movía muy lentamente. Cuando llegábamos a Novozibkov se produjo una incursión aérea. Una bomba cayó junto al antepatio de la estación. Ese tren no iba a proseguir viaje. Permanecimos sobre la hierba verde, esperando y disfrutando del calor y la hierba a nuestro alrededor, pero seguíamos escrutando el cielo. ¿Qué pasaría si aparecía de repente un [avión] alemán?

Nos ponemos en pie en medio de la noche. Hay un tren hospital que va a Gomel. Nos agarramos al pasamanos cuando ya empieza a moverse. Colgamos sobre el estribo, golpeamos la puerta, pidiendo que nos dejen pasar al menos a la plataforma del vagón de mercancías. De repente asoma una mujer y grita: "¡Fuera de aquí! ¡Está prohibido viajar en los trenes hospital!" Es una doctora, cuyo deber es aliviar el sufrimiento de la gente.

"Perdone, pero el tren se desplaza a toda velocidad, ¿cómo quiere que saltemos?" Somos cinco los que vamos agarrados al pasamanos, todos somos oficiales y todo lo que pedimos es que se nos permita permanecer en la plataforma cubierta. Comienza a patearnos con sus grandes botas, en silencio y con una fuerza extraordinaria.

Nos golpea las manos con su puño, tratando de que soltemos los pasamanos. Las cosas comienzan a agravarse: si alguno se suelta, eso sería su fin. Afortunadamente, nos damos cuenta de que no estamos en un tranvía de Moscú y pasamos de la defensiva al ataque. Pocos segundos después la plataforma cubierta es nuestra y la bruja con rango de doctor grita asustada y desaparece muy rápidamente. Ésa es nuestra primera degustación de una lucha.

Llegamos a Gomel. El tren se detiene muy lejos de la estación, así que tenemos que realizar una dura caminata a lo largo de la vía en la oscuridad. Hay que deslizarse bajo los vagones para cruzar las vías. Me doy un golpe en la frente y tropiezo; mi condenada maleta resulta ser extraordinariamente pesada.

Finalmente llegamos al edificio de la estación. Está completamente destruido. Soltamos "Ahs" y "Ohs" mirando las ruinas. Un ferroviario que pasa por allí nos tranquiliza diciendo que la estación ha sido demolida poco antes de la invasión a fin de construir otra más grande y mejor. ¡Gomel! ¡Qué tristeza en esta tranquila ciudad verde, en estos apacibles jardines públicos, en sus ancianos sentados en los bancos, en las dulces adolescentes que caminan por las calles.

Los niños juegan en los montones de arena traídos para apagar los incendios causados por las bombas. En cualquier momento una gran nube puede cubrir el sol, desatándose una tormenta que levantará un torbellino de arena y polvo. Los alemanes están a menos de cincuenta kilómetros de distancia.

Gomel nos recibe con una alarma antiaérea. Los vecinos del pueblo nos dicen que la costumbre aquí es hacer sonar la alarma cuando desaparecen los aviones alemanes, y por el contrario, hacer sonar la señal de que ha pasado el peligro en cuanto comienzan a caer las bombas. Bombardeo de Gomel. Una vaca, bombas aullantes, incendios, mujeres.

El fuerte olor del perfume -desde una farmacia alcanzada en el bombardeo- cubrió por un momento el hedor de los incendios. La imagen de Gomel ardiendo en los ojos de una vaca herida. Los colores del humo. Los linotipistas tienen que componer el periódico a la luz de los edificios en llamas. Pasamos la noche con un aprendiz de periodista. Sus artículos no van a formar parte de un Gran Tesoro de la literatura. Los he leído en el periódico del frente. Son una basura, con historias como "Ivan Pupkin mató a cinco alemanes con una cuchara".

Hemos ido a ver al director, el comisario de regimiento Nosov, que nos hace esperar más de dos horas.Tenemos que sentarnos en un pasillo oscuro, y cuando finalmente vemos a esa persona engreída como un zar y hablamos con él durante un par de minutos, compruebo que no es, por decirlo suavemente, particularmente brillante, y que por esa conversación no valía la pena esperar ni dos minutos.

El cuartel general del Frente Central fue el primer punto de destino de Grossman, Troyanovski y Knorring. El Frente Central, bajo el mando del general Andrei Ieremenko, se había formado a toda prisa tras el colapso del Frente Occidental a finales de junio. El infortunado comandante en jefe del Frente Central, el general D. G. Pavlov, se convirtió en el principal chivo expiatorio de la negativa de Stalin a prepararse para la guerra. De forma típicamente estalinista, Pavlov, comandante de los tanques soviéticos durante la guerra civil española, fue acusado de traición y ejecutado.

El cuartel general se aloja en el palacio Paskievich. Hay un parque maravilloso y un lago con cisnes. Se han cavado trincheras por todas partes. Nos recibe el jefe del departamento político del frente, el comisario de brigada Kozlov. Nos dice que el Consejo Militar está muy alarmado por las noticias que llegaron ayer.

Los alemanes han tomado Roslavl y han reunido allí una gran cantidad de tanques. Su comandante es Guderian, autor del libro "Achtung! Panzer!" Hojeamos toda una serie de periódicos del frente. En un artículo de primera plana me encontré con la siguiente frase: "El enemigo, muy dañado, prosiguió su cobarde avance." Dormimos sobre el suelo en la biblioteca del club de la "KOMINTERN ", sin quitarnos las botas y utilizando los petates como almohada. Cenamos en la cantina del cuartel general. Está situado en el parque, en un divertido pabellón multicolor.Nos dieron bien de comer, como en una "dom otdija" [casa de reposo soviética] antes de la guerra. Crema agria, requesón, y hasta helado como postre.

Grossman se sentía cada vez más horrorizado y desilusionado a medida que descubría la falta de preparación del Ejército Rojo. Comenzó a sospechar, pese al silencio oficial sobre el tema, que la persona más responsable de la catástrofe era el propio Stalin.

Al estallar la guerra muchos importantes mandos y generales estaban de vacaciones en Sochi. Muchas unidades acorazadas tenían nuevos motores instalados en sus tanques, muchas unidades de artillería carecían de proyectiles, muchos regimientos de aviación no tenían combustible. Cuando comenzaron las llamadas telefónicas desde la frontera a los cuarteles generales informando de que había empezado la guerra, algunos de ellos recibieron la siguiente respuesta: "No caigan en provocaciones." Esto produjo sorpresa en el sentido más espantoso y más severo de la palabra.

El desastre en toda la línea del frente desde el mar Negro hasta el Báltico fue de gran importancia personal para Grossman, como revela una carta a su padre del 8 de agosto. Mi querido [padre], llegué a mi destino el 7 [de agosto] ... Lamento mucho no haber traído una manta. No se puede dormir bien bajo un impermeable. Estoy constantemente preocupado por la suerte de mamá. ¿Dónde está, qué le habrá sucedido? Por favor, házmelo saber inmediatamente si tienes alguna noticia de ella.

Grossman visitó la línea del frente y apuntó estas observaciones: Me dijeron que después de que Minsk comenzara a arder, los ciegos de la residencia de inválidos caminaban a lo largo de la carretera en una larga fila, atados unos a otros con toallas. Un fotógrafo observó: "Ayer vi a unos refugiados muy buenos."

Un soldado tumbado sobre la hierba tras la batalla, hablando consigo mismo: "Animales y plantas luchan por la vida. Los seres humanos luchan por la supremacía." La dialéctica de la guerra: la habilidad para ocultarse, para salvar la propia vida y la habilidad para combatir, para dar la propia vida. Historias sobre gente que queda aislada. Los que han escapado no pueden parar de contar historias sobre los que se ven cercados, y esas historias son aterradoras. Un piloto escapó atravesando las líneas enemigas en ropa interior, sin soltar su revólver.

Envían perros especialmente entrenados con cócteles Molotov atados al lomo para atacar los tanques y saltan en llamas. Estallan bombas. El jefe del batallón, tumbado sobre la hierba, no quiere meterse en el refugio. Un camarada le grita: "Te has convertido en un gandul total. ¿Por qué no te ocultas al menos entre esos arbustos? "

Un cuartel general en un bosque. Los aviones pasan por encima del toldo. [Los oficiales] se quitan la gorra porque los emblemas brillan, y cubren su papeles. Por la mañana las mecanógrafas parlotean por todas partes. Cuando aparece la aviación, los soldados les ponen sus capotes por encima porque visten blusas de colores. Ocultos entre los arbustos, los oficinistas prosiguen sus disputas sobre los archivos.

Un pollo, perteneciente a algún miembro del cuartel general, camina entre los escondrijos abiertos en la tierra, con tinta en las alas. En el bosque hay muchas setas; da tristeza mirarlas. Se han enviado instructores [comisarios políticos] al frente. Se puede reconocer fácilmente tanto a los que quieren ir como a los que no quieren ir. Algunos simplemente obedecen la orden y otros se muestran remisos. Todos se conocen y todos pueden verlo, y los que se echan atrás saben que todo el mundo puede adivinar sus trucos.

Una larga carretera. Carros, gente a pie, carretas. Una nube de polvo amarillo sobre el camino. Rostros de ancianos y mujeres. El conductor Ivan Kuptsov sentado a lomos de su caballo a cien metros de la posición. Cuando se inició la retirada y quedó un cañón atrás, las baterías alemanas lanzaban cientos de proyectiles, pero en lugar de galopar hacia la retaguardia lo hizo hacia el cañón de campaña y lo rescató de un barrizal. Cuando el comisario político le preguntó de dónde había sacado el valor para esa hazaña, arriesgándose a morir, respondió: "Soy un hombre sencillo, tan sencillo como una balalaica. No temo a la muerte. Son los que tienen más que perder los que temen a la muerte."

El conductor de un tractor cargó a todos los hombres heridos en su vehículo y los llevó a la retaguardia. Hasta los más gravemente heridos mantuvieron consigo sus armas. [Según el] teniente Iakovlev, jefe de un batallón, los alemanes que lo atacaron estaban completamente borrachos. Los que capturaron apestaban a alcohol, y tenían los ojos inyectados en sangre. Todos los ataques fueron rechazados. Los soldados querían llevar a Iakovlev, que estaba gravemente herido, a la retaguardia en una camilla. Gritó: "Todavía tengo voz y puedo dar órdenes. Soy comunista y no puedo dejar el campo de batalla."

Una mañana de bochorno. El aire en calma. El pueblo está lleno de paz-vida pueblerina grata y tranquila- con los niños jugando y los ancianos y mujeres sentados en bancos. Apenas acabábamos de llegar cuando aparecieron tres Junkers. Explotaron varias bombas. Gritos. Llamas rojas, humo blanco y negro. Volvemos a pasar por el mismo pueblo por la noche. Ojos empavorecidos, gente agotada. Las mujeres se llevan sus pertenencias. Las chimeneas parecen más altas entre las ruinas.

Y flores -flores de maíz y peonías- que hacen gala de su belleza pacíficamente. Llegamos bajo el fuego cerca de un cementerio. Nos ocultamos bajo un árbol. Había allí un camión y en él un fusilero muerto, cubierto con una lona. Los soldados del Ejército Rojo cavaban una tumba para él allí al lado.

Cuando nos sobrevuelan los Messerschmitt los soldados tratan de ocultarse en las zanjas. El teniente grita: "Seguid cavando, o no terminaremos hasta la noche." Korol se oculta en la nueva tumba, mientras que todos corren en diferentes direcciones. Sólo el fusilero muerto yace allí en toda su longitud, y las ametralladoras tabletean sobre él.

Grossman y Knorring visitaron el 103 o Regimiento de Cazas del Ejército Rojo estacionado cerca de Gomel. Aquél pronto descubrió que los sentimientos de los soldados hacia sus propias fuerzas aéreas eran ambiguos, ya que éstas adquirieron rápidamente la reputación de atacar todo lo que se movía, ya fueran amigos o enemigos.Todos repetían la misma broma: "¿Nuestros, nuestros? ¿Y dónde está mi casco?"

Fui con Knorring al aeródromo de Ziabrovski, cerca de Gomel. El comisario Chikurin, de la Fuerza Aérea Roja, un tipo grande y pausado, nos prestó su automóvil ZIS. Maldecía a los [pilotos de cazas] alemanes: "Disparan contra todo tipo de vehículos, contra los camiones y los automóviles individuales. ¡Eso es gamberrismo, un ultraje!"

En el mismo regimiento hay dos camaradas que han sido condecorados. Una vez derribaron uno de nuestros aviones y fueron castigados, tras lo cual comenzaron a trabajar mejor. Se propuso perdonarlos.

Notas de una entrevista con un piloto:
"Camarada teniente coronel, he derribado un Junker-88 por la patria soviética."
Sobre los alemanes:
"Hay pilotos que no son malos, pero la mayoría son una mierda. Evitan combatir. No luchan hasta el amargo final."
"No hay ansiedad, sino irritación cólera, furia. Y cuando ves que le has dado, la luz entra en tu alma."
"¿Quién va a desviarse? ¿él o yo? Yo no voy a hacerlo. Mi avión y yo somos ahora la misma cosa y no siento ya nada."

Un joven soldado del Ejército Rojo lanzó inadvertidamente un cohete contra el puesto de mando [aéreo] y alcanzó al jefe de Estado Mayor en el trasero. El cuartel general está en un edificio que era la sede de los jóvenes pioneros. Un enorme piloto cubierto de bolsas, con una pistola, etcétera, aparece por una puerta en la que se lee: "Para chicas."

Los edificios del aeródromo han sido destruidos por las bombas y el campo removido por las explosiones. Los aviones Iliushin y MiG están ocultos bajo redes de camuflaje. Los vehículos rondan por el aeródromo para llevar combustible a los aeroplanos. También hay un camión con bollos y otro que lleva comida envasada al vacío. Chicas con trajes de faena blancos distribuyen la cena a los pilotos, que comen caprichosamente, de mala gana. Las chicas les inducen a comer. Hay algunos aviones ocultos en el bosque.

Resultó muy interesante cuando Nemtsevich [comandante del regimiento de aviación] nos habló de la primera noche de la guerra, de la terrible y rápida retirada. Condujo día y noche un camión recogiendo mujeres y niños de los oficiales. En una casa encontró oficiales apuñalados hasta la muerte. Al parecer los habían matado saboteadores mientras dormían. Esto fue cerca de la frontera. Dijo que aquella noche de la invasión alemana había tenido que hacer una llamada telefónica por un asunto poco importante y resultó que las comunicaciones no funcionaban ... Le molestó, pero no le concedió importancia.

Nemtsevich dijo que los aviones alemanes no habían aparecido sobre su aeródromo durante diez días. Fue categórico en sus conclusiones: los alemanes no tienen combustible, los alemanes no tienen aviones, todos ellos han sido derribados. ¡Nunca había oído un discurso tan optimista! Ese rasgo de su carácter es al mismo tiempo bueno y perjudicial, pero en cualquier caso nunca llegará a ser un buen estratega.

Comimos en una cantina pequeña y acogedora. Había una camarera preciosa y Nemtsevich gemía de deseo cuando la miraba. Le habló con una voz zalamera, tímida y suplicante. Ella se mostró irónicamente complacida. Era el breve triunfo de una mujer sobre un hombre en los días, o quizá las horas, que precedían a la "rendición" de su corazón. Es extraño ver en un apuesto y varonil comandante de un regimiento de cazas esa tímida sumisión al poder de una mujer. Evidentemente, es un gran conquistador.

Pasamos la noche en un enorme edificio de varios pisos. Estaba desierto, oscuro, aterrador y triste. Cientos de mujeres y niños, familias de pilotos, vivían allí hacía poco. Por la noche nos despertó un espantoso zumbido y salimos a la calle. Escuadrones de bombarderos alemanes volaban hacia el este sobre nuestras cabezas, evidentemente los mismos de los que había hablado Nemtsevich durante el día, los que decía que no tenían combustible y habían sido destruidos.

Se oía el rugido de los motores al despegar, polvo y viento, ese viento tan especial de los aviones, aplastado contra el suelo. Los aviones subieron hacia el cielo uno tras otro, dieron una vuelta y se alejaron. E inmediatamente el aeródromo quedó vacío y silencioso, como un aula cuando la abandonan los alumnos. Es como el póquer: el comandante del regimiento lanzó al aire toda su fortuna. El campo de juego está vacío.

Permanece allí solo, mirando hacia el cielo y los cielos sobre él están vacíos. Puede que quede arruinado, o bien lo recobrará todo con intereses. Es un juego en el que las apuestas son a vida o muerte, victoria o derrota. Me siento como si estuviera en la pantalla de un cine, no sólo observándola. Los acontecimientos importantes llegan concentrados y rápidos.

Finalmente, tras un ataque con éxito contra una columna alemana, los cazas regresan y aterrizan. El avión líder de la escuadrilla tenía carne humana pegada en el radiador, porque el avión de apoyo había alcanzado un camión con municiones que estalló en el momento en que el líder volaba sobre él. Poppe, el piloto, está sacando la carne con unos papeles. Llaman a un médico, que examina atentamente la sangrienta masa y dice por fin: "¡Carne aria!" Todo el mundo ríe la broma. ¡Sí, ha comenzado un tiempo despiadado, un tiempo de plomo!

Así comienza Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945, de Antony Beevor, que publica Crítica el 7 de septiembre.