Opinión

Llega Murakami

2 noviembre, 2006 01:00

José Luis Gómez, Haruki Murakami, Fernando Lara y Jaume Plensa

Murakami vuelve a las librerías de la mano de Tusquets. Ser o no ser del teatro público en Madrid. El premio Rulfo de Guadalajara pierde su nombre. La ribera del Ebro a su paso por Zaragoza se cubrirá de arte internacional. La Seminci descarrila y el galáctico presupuesto de los Premios Goya deja temblando otras citas cinematográficas.

El éxito en Occidente de su novela Tokio blues se ve que ha trastocado a Haruki Murakami, el escritor japonés tan leído en Europa y USA como desconocido en su Japón natal. El éxito inesperado a muchos los vuelve muy raritos, sí, y no quieren ni oír hablar de sus lectores. Manías de artista. Lo que importa es que Tusquets publica en España dentro de unos días su última novela, Kafka en la Orilla, y a juicio de la crítica literaria anglosajona se trata de una de las novelas del año, esta vez de verdad, una obra ágil y onírica que lleva el sello del personalísimo estilo de su autor y en la que se abordan dos historias: la de un chico que huye de su casa paterna por culpa de una profecía edípica y la de un viejo que después de la II Guerra Mundial quedó incapacitado y que sólo puede comunicarse con los gatos. Ya lo estoy esperando.

Cuando Alicia Moreno se ocupaba de la cultura en la Comunidad de Madrid, decidió construir, con la asesoría de José Antonio Campos (hoy director del Inaem), dos teatros, de más de mil y pico butacas, uno en El Escorial, otro en Madrid (el del Canal) porque, según decía, la capital no tiene espacios adecuados para acoger grandes espectáculos internacionales. Se marchó y le dejó la herencia a Santiago Fisas, que le ha tocado culminar la construcción de estos megalómanos y caros edificios. Fisas, consciente del agujero sin fondo que supone para las arcas públicas la puesta en marcha del auditorio de El Escorial, ha cedido su gestión a un consorcio privado. Y hará lo mismo con El Canal. Ya se han alzado voces críticas contra la decisión, pero, qué curioso, no se oyó ni una cuando se cedió la gestión del Corral de Comedias de Alcalá a La Abadía, que como muy bien repite su director, José Luis Gómez, es de gestión privada (aunque lo paguemos los madrileños).

Algunos datos hablan por sí solos. Ayudas concedidas este año por el Estado para la organización y el desarrollo de festivales audiovisuales: Semana de Cine de Medina del Campo, 15.000 euros; Festival de Málaga, 50.000 euros; Festival de Sevilla, 36.000 euros; Festival de Alcalá de Henares, 20.000 euros. Ayudas concedidas para la organización de los premios Goya 2006 de la Academia de Cine, 132.222 euros. Que alguien me explique tamaña desproporción.

No comentaré el palmarés de la Seminci de este año, que ya lo conocen de sobra. Sólo les diré que en su nueva etapa, el festival no logra levantar cabeza. Quien la tuvo que levantar, y bien, fue su anterior responsable y actual director general de Cine, Fernando Lara, cuando comprobó que el sitio que le habían asignado para ver la película en la gala de inauguración estaba en la primera fila. Y es que además de una programación incoherente y sin personalidad, me cuentan que los desarreglos organizativos fueron el pan de cada día.

La Expo de Zaragoza rueda ya con arte.Estos días han convocado un concurso internacional para cubrir 15 kilómetros de la ribera del Ebro a su paso por la capital maña. A los artistas del concurso se añadirán otros invitados como Amish Kapoor, Jaume Plensa y Fernando Sinaga. Por supuesto, tendrán el agua como motivo de inspiración. Eso sí que es mojarse.

Hace poco me preguntaba por el precio que iba a pagar el Cervantes a cambio de su acuerdo con el grupo Prisa. Desde la institución protestaron su inocencia, y aseguraban que era un acuerdo como tantos. Pues ya se ve: para empezar a abrir boca, como si el presentar en las sedes del Instituto de todo el mundo la edición del Quijote de Santillana no bastase, sacan de la chistera de la editorial Aguilar un volumen titulado Saber escribir que remeda las gramáticas y ortografías de toda la vida, pero, eso sí, con el sello del Cervantes. ¿Quién paga a quién? No lo duden: nosotros de todas todas.

Se ve que la busca y captura del otro Rulfo desatada en México para evitar conflictos con la familia del autor de Pedro Páramo no ha ido por buen camino, porque la asociación civil que administra el premio literario más célebre de México, que se entrega cada año en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México), ha decidido suprimir el nombre del escritor "como un gesto de buena voluntad" hacia los herederos, antes de anunciar, eso sí, el inicio de una batalla legal. Y yo lo siento sobre todo por Rulfo, porque el premio pierde su nombre porque sus descendientes quieren decidir el nombre del ganador.