Opinión

NPI

Por Gonzalo Alonso

7 febrero, 2008 01:00

El público llegó lleno de curiosidad, después de seis meses, nada menos que seis meses, en los que el Auditorio Nacional ha estado cerrado por obras. No sólo seis meses, sino que desde las alturas del INAEM se ha hablado de "reapertura" e incluso anunciado en ruedas de prensa que se invitaría a la Casa Real. ¡Cómo no iba a haber expectación! Tanta como para que los afortunados de estar en la denominada "reapertura" se sintieran felices. A los abonados de la OCNE no les importó ni que el concierto, su primer concierto, fuese un monográfico de un señor apellidado Carter de quien no habían oído hablar. NPI.

Se encontraron unos músicos tocando algo en el hall y cuatro monitores con breves anuncios de la OCNE harto reiterativos. Todo el auditorio estaba lleno de carteles en los que se avisaba de que la cafetería se abriría una hora antes de cada concierto y permanecería abierta media hora después de su finalización. Fueron a la cafetería. Todo seguía igual por fuera. Algunos pidieron un gin-tonic para celebrar la magna ocasión. Se tuvieron que contentar con Larios. Nada había cambiado. Siguieron buscando alguna novedad. Sacaron sus lupas del bolsillo.... Nada de nada. Un avispado dijo: "Han cambiado las puertas, ahora son más altas". Entraron en la sala. Los del patio de butacas siguieron ciegos. ¿Cómo es posible que no
veamos nada? A los del primer anfiteatro les llegó la luz. Había una enorme barandilla al final de la escalera central en previsión de que, si bajase por la escalera un elefante y tropezase, no se cayese sobre los del patio de butacas. Se quejaron porque las barras cortaban la visión a muchos. Menos mal que tenían a quién. Además de la jefa de sala ahora había director, director artístico y varios nuevos jefes, cuyas responsabilidades no acabaron de entender. Sin más novedades y con el tal Carter en el escenario decidieron irse en estampida. Un espectador pidió un folleto con la programación trimestral. "Eso no existe", le contestaron. NPI, homenaje al maestro fallecido que, a los 18 años, me enseñó a integrar en los límites del infinito.