Opinión

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por Agustín Fernández Mallo

11 septiembre, 2008 02:00

Agustín Fernández Mallo

Hoy hace 7 años del 11-S neoyorquino, momento que quedará como el día en el que la realidad en bruto emergió a nuestras aceras, de las que las pantallas televisivas parecían haberla expulsado. En efecto, aburridos de la indolencia posmoderna, tras el 11-S las artes plásticas y la cultura en general tomaron conciencia de que hay que volver a luchar; el mal no era arqueología, existía, hay un enemigo, pero ¿cuál? Siendo el islamismo radical un espectro ilocalizable, no quedó otro remedio que hacer arte contra los enemigos de dentro: los calienta planetas, los asesinos de Ciudad Juárez, Repsol, BBVA, y un sin fin de tópicos amables, crítica inofensiva, sin más riesgo que un ayuntamiento te retire una exposición de su casa de la cultura. No abunda el arte de denuncia del islamismo radical, y cuando aparece en forma de caricaturas de Mahoma, lo invalida la censura interna. Parece que tras el 11-S los artistas siguen anestesiados, más posmodernos que nunca, tanto que vemos escandaloso que una pobre ciclista se dope en los Juegos Olímpicos de Pekín, aunque los futbolistas, para ganar miles de euros, sigan metiendo goles con la mano cuando el árbitro está de espaldas.