Opinión

Gentleman

por Ignacio García May

2 octubre, 2008 02:00

Alguna vez he oído definir a Ernesto Caballero como el insólito resultado de cruzar a Brecht con Calderón y Jardiel. Si bien hay que desconfiar de las etiquetas, es cierto que los tres autores le son particularmente queridos, lo cual, por otra parte, es la constatación de un amplio abanico de gustos, cualidad ésta que suele identificar a los que profesan aversión por cualquier tipo de fanatismo. A mí me parece que Ernesto es nuestro Alan Ayckbourn: un autor y director prolífico y brillante provisto de la nada frecuente habilidad para equilibrar lo culto y lo popular y la pericia de saber atizar las conciencias desde el humor y la autocrítica, transitando, con fluidez, desde los ámbitos reducidos de las salas alternativas hasta los grandes espacios públicos o privados. Su última producción, Maniquís, es puro Caballero: tras la apariencia de comedia frívola y sandunguera se esconde no sólo una evidente crítica al consumismo, sino también un texto casi teológico, una revisión del mito del Jardín del Edén y del Pecado Original ambientado en unos grandes almacenes durante la noche. Se trata, literalmente, de teatro contemporáneo: es decir, de algo que no se hubiera entendido hace cien años y que ojalá tampoco se entienda dentro de otros cien, (porque eso significaría que habríamos cambiado), pero que habla, rotundamente, de nuestra época. Hace ya años, a la salida de su excelente montaje de Eco y Narciso, le dije a Ernesto que si se hubiera llamado Ernest Gentleman y hubiera nacido, por ejemplo, en Londres, como Ayckbourn, sería una figura internacional. Pero como es del Foro y no se calla en unos tiempos en que los políticos les ponen teatros a sus artistas favoritos, igual que los burgueses de las comedias de Mihura y de Paco Martínez Soria le ponían piso a las queridas, resulta que está en esa lista de tipos alborotadores que los sicarios del poder se pasan a diario entre sí. Tranquilo, amigo: tal y como están las cosas, dentro de poco ése será el único lugar donde resulte digno estar.