Image: Pan de Higo

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Opinión

Pan de Higo

Por Fernando Aramburu

8 mayo, 2009 02:00

Fernando Aramburu

Conciencia insobornable de un siglo marcado por la tragedia y la frivolidad, Milan Kundera (Brno, 1929) está a punto de desvelar en España sus juicios sobre la novela, el exilio o el amor en lo más atroz del siglo XX. Y lo hace de la mano de su amiga, editora y traductora Beatriz de Moura, que ha vertido al castellano este Encuentro (Tusquets) "con mis reflexiones y mis recuerdos: mis viejos temas existenciales y estéticos y mis viejas querencias". Un encuentro en el que escribe, por ejemplo, que ya "no hay leyes [...] que se opongan al deseo. Todo está permitido, y el único enemigo es nuestro propio cuerpo al desnudo, desencantado". Que Cien años de soledad es "un adiós dirigido a la era de la novela". O descubre los espejismos del exilio, la literatura y la amistad en el capítulo VI, "En otra parte", que a continuación publicamos.

En no menos de siete catálogos editoriales españoles figura algún título de Klaus Mann, como si las obras de dicho autor hubieran llegado a los editores racionadas. El azar de sus libros entre nosotros parece repetir el del hombre errante que los escribió. Klaus Mann recorrió el planeta sin encontrar residencia estable en ningún lado. Fue, sucesivamente, alemán, apátrida, checo, estadounidense. A todas partes arrastró la carga de tener por padre a Thomas Mann, la figura superior de la que en vano quiso desasirse, a la que en vano quiso agradar. Hizo poca literatura que no fuera proyección de su vida privada. Llevaba los temas consigo: la homosexualidad, la adicción a las drogas, la fascinación por la muerte. El ascenso del nazismo lo sacó de su adolescencia prolongada. Comprometido con la causa democrática, crece su estatura intelectual mientras el padre, instalado en la comodidad de Suiza, titubea. Murió a los 42 años, de sobredosis de somníferos, en un hotel de Cannes. La víspera había escrito a la familia para quejarse de la lluvia y pedir, como de costumbre, dinero. El próximo 21 de mayo habrán transcurrido sesenta años desde entonces.

Se ha desencadenado como un torrente de cantidad, también de calidad. Paso al cine que se abre paso. En Japón, en China, en Taiwán, en Vietnam y, sobre todo, en la India, el arte cinematográfico ha superado la infancia. Todavía adolescente, puede ya competir en los grandes festivales internacionales. Las productoras indias le hacen sombra a Hollywood. Ciertamente nadie se ha calzado todavía al cine norteamericano. Pero Asia llama a la puerta mientras Europa languidece. El grito de Hou Hsiao-hsien en El vuelo del globo rojo ha ensordecido muchos oídos. En Extremo Oriente se ha hecho siempre una literatura y una arquitectura de máxima calidad. ¿Por qué no habría de ocurrir lo mismo con el cine? Carlos Reviriego ha anticipado certeramente el vuelo del cine asiático.