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Opinión

El yo, un bien de todos

Gatos ensartados

6 noviembre, 2009 01:00

Por Fernando Aramburu
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La semana pasada, Echevarría empleó en esta página el vocablo "acercanza", sobre el cual, fiel a su oficio de crítico, vierte una serie de certidumbres. Yo no tengo por qué ocultar que tampoco me gusta la palabra ni me parece necesaria. Ni tan siquiera me "suena bonito" como a él. Suena vieja, gorda, putrefacta. Mejor no verla desnuda.

Durante un viaje reciente a España la usé, no sin cierta malicia, en la acera delante de unos conocidos. Iba para largos años que no los veía. Pensé en consecuencia que la palabra acaso no hubiera perdido vigencia para ellos. Pues que nadie se ría porque: a) me entendieron, b) no iban vestidos con indumentaria medieval ni yo tampoco, y c) no me miraron raro, aunque quizá alguien les había contado que no hay remedio lingöístico en las farmacias para mí.

La campaña de algunos académicos (gandules, más les valiera aclararnos de una maldita vez cuál es la forma plural de "martín pescador", el diminutivo de "vitivinicultor" y el aumentativo de "software"), de Fernando Valls en su blog y de otros que la secundan con microrrelatos y poemas redactados al efecto, me parece antes que nada un juego, incluso un juego que, bien llevado, no deja de ser simpático. Poco me cuesta admitir la opción contraria. Juego, en cualquier caso, implica posibilidad de divertirse, si bien la circunstancia de que la ocurrencia comporte una intervención en los usos actuales del idioma podría tener consecuencias filológicas sobre las que no estaría de más que reflexionasen las inteligencias pertinentes. ¿Acaso hay en las lenguas palabras, giros y modismos nacidos fuera de la inventiva de los hablantes?

Lo que a estas horas ya no se puede remediar es que los gatos ensartados hayan participado en el juego referido, Echevarría por la vía del comentario adverso, el menda por la de aprovechar nueva ocasión de pelar la alcachofa; todo ello, además, con el resultado probable de que por matar al difunto hayamos contribuido más que nadie a sacarlo de la tumba. Vaticino que en breve se formará el bando de los defensores de "cercanía", media hora después el de los adeptos de "proximidad" y al final podemos juntarnos todos en un descampado de las afueras de Madrid, ciudad cuasiolímpica, y resolver la desavenencia a la española. Echevarría no lo sé, pero yo tengo decidido alinearme con quienes preserven la risa, única militancia que reconozco. Seré tonto, pero no hago daño.

Se me entendería mejor si se tuviera en cuenta un detalle. Propendo a concebir mi literatura (no la literatura, allá cada cual) como un espacio de libertad creativa. Si la literatura no consistiera en un acto de creación me haría la vida cómoda abrazando para siempre el realismo socialista, el barroco o el cacao con avellanas de Fernández Mallo. No desdeño las normas ni me creo exento de convicciones, pero que me dejen elegir, ¿vale? Tampoco escondo que me aprieta cierta prisa, pues sé que en cualquier momento puede venirse abajo esto que llamamos democracia y se nos puede llenar el arte, como en siglos precedentes, de censores y verdugos.

Si me apetece emplear el vocablo "acercanza" lo emplearé, aunque huela a rancio. Si quiero escribir bonito o feo, arcaico o futurista, lo haré (dentro de mis posibilidades, claro), y todo porque antepongo la libertad a la historia de las grandes obras literarias. Ese es mi compromiso primordial con los cuatro gatos que me leen. El mismo que como lector espero de los escritores vivos a quienes guardo fidelidad.

Me fío del yo, que a fin de cuentas, según me ha dicho mi ginecóloga, es una víscera invisible. Me fío más de él que del Corán, la ortodoxia marxista o los dogmas de ETA, soportes de ideologías anteriores y posteriores al acto del pensamiento. Cambiaré de opinión el día que vea activar bombas en nombre del yo.

Recelo que un escritor que no deje testimonio literario de sus particulares roces con la vida, o es un propagandista o es un papanatas, cuando no las dos cosas a la vez. Está en la naturaleza de los sistemas ideológicos abolir el punto de vista personal, castigando la disidencia, prohibiendo las excepciones. Las ideologías operan de forma impositiva sobre los individuos, a menos, claro está, que seas el jefe. Prefijan qué y cómo has de escribir, uniformizan y castigan. Que se lo pregunten a Theodor Adorno, que estuvo once años sin poder volver a casa.

Un crítico necesita ideas, criterios, elementos de juicio. De acuerdo. Un escritor, querido Echevarría, necesita libertad real para cuestionar ideas, criterios, elementos de juicio. Y como a este artículo le faltan tres palabras para estar completo, ahí van: acercanza, acercanza, acercanza.