Image: El escritor contra la literatura

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Opinión

El escritor contra la literatura

20 noviembre, 2009 01:00

por Fernando Aramburu
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Voy a pontificar un rato, que para eso me pagan. Cada día me cae peor la literatura. En serio. Estoy dispuesto a admitir que el soldado pertenezca al ejército, el violinista a la orquesta, la chimenea a la fábrica. Pero me niego a creer que el escritor pertenezca a la literatura. Que haya de poner su talento a disposición de una señora de dos mil y pico años. Que mientras escribe la tenga que respetar, servir, alimentar y tal y cual para que luego venga la ministra a hacerse la foto a tu lado o te metan en los libros del colegio. O simplemente para que exista una literatura nacional con el inevitable elenco de celebridades.

A la mierda la literatura si la literatura es eso que he dicho. Un artefacto institucional. Un gremio. Una horma. Alpiste de estudiosos. Materia de exámenes. En fin, escritores reunidos como cabezas de ajo en ristras generacionales. Aún peor, en bandos ideológicos.

Seguro que a Borges, a Reich-Ranicki, a Harold Bloom y a otras gentes de libros se les ocurrió alguna agudeza al respecto. No dispongo de una cita para condecorarme. O para tirársela a nadie a la cara en señal de que los grandes cerebros opinan como yo. Pero uno, que ha consagrado no pocas horas de su vida a expresarse por escrito y a leer, se resiste con uñas de gato a tener condición de escritor, a ingresar en una llamada institución literaria, a apretarse en vida dentro de una caja.

Me cuesta creer en la existencia verosímil de un escritor que se levante por las mañanas y, antes de ponerse a la tarea, se diga a sí mismo: hola, ¿qué tal estoy?, bien ¿y yo?, pues como pertenezco a la generación del 27 voy a escribir un romance de gitanos; como represento a la literatura catalana actual, a la corriente posmodernista, a los novísimos, voy a escribir tales y cuales obras en estilo prefijado. Sospecho que ejercitar la imaginación con conciencia de estar desempeñando una función cultural menoscaba la libertad creativa de los autores, aparte de transformarlos en unos sujetos bastante dignos de conmiseración.

Mejorando lo presente, escribo para ser individuo. Maticemos. Para poner a buen recaudo, por vía verbal, la mayor cantidad posible de individualidad y comunicársela a unas personas denominadas lectores a las que raras veces me es dado conocer. Tomo, pues, decisiones estéticas y de cualquier otra naturaleza en disciplinado recogimiento, si puedo con lucidez, siempre con respeto por el idioma que contra mi voluntad maltrato y todavía con libertad de elección. No escribo para mi satisfacción personal (bueno, un poco sí), ni siquiera gozo escribiendo (bueno, a ratos), sino pensando, acaso vanamente, en destinatarios invisibles a los que también supongo solos o al menos abstraídos, y a los que presumiblemente nadie obliga a leer.

No reclamo su admiración, aunque tampoco la desdeño; pero trato de dejar huella en su conciencia, trasladándoles unas determinadas emociones, quizá embaucándolos mediante una ilusión de realidad humana hecha de sujetos, verbos y predicados engarzados con mayor o menor pericia artística. ése es el objetivo. Que la obra resultante reúna una serie de méritos de los cuales pueda extraerse provecho cultural me la trae al pairo. Que la conceptúen de literatura, también.

No me la trae, claro, cuando ejerzo de crítico como tampoco me la traía cuando era profesor. Entonces sí necesitaba la existencia de una literatura inerte, anterior a mi acción interpretativa, tasadora, catalogadora o pedagógica. Una literatura acabada y, por tanto, dócil a las definiciones, moldeable en conceptos, en categorías, en juicios de valor. ¿Sobre qué cuerpo iba a realizar, si no, la autopsia?

E l otro día, a Echevarría le dio por formular preguntas. Una de ellas hacía referencia a los contextos en los cuales hay razones para temer que una cosa a la que llamé en mi artículo anterior libertad real se halle constreñida. Me queda poco espacio, pero se la voy a responder. No podría dormir (la siesta) sabiendo que he abandonado a un colega en la incertidumbre.

Albergo una noción concreta de la libertad. (¡Qué mal expresado está esto! Cada día escribo peor). Es que ni siquiera es una noción. Es algo físico, inmediato, aún más palpable y evidente cuando no está. A José Luis López de Lacalle, columnista de prensa, lo asesinaron por escribir. A Gorka Landáburu, periodista, le destrozaron una mano con un paquete bomba por escribir. A Raúl Guerra Garrido, novelista, le quemaron la farmacia de su mujer por escribir. Otros tuvieron que marcharse por escribir. Otros salen escoltados a la calle por escribir. Todo esto ocurre cerca.

Comparto con los mencionados la procedencia, la profesión y el apego por los principios democráticos.