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Opinión

Radio París

Por Francisco Javier IrazokiVer todos los artículos de la 'Radio París'

18 diciembre, 2009 01:00

Francisco Javier Irazoki

Por Francisco Javier Irazoki

A veces pienso que, al menos en literatura, el autor clásico cumple la función de transmitir miedo. Su cara ceñuda es buena para las pesadillas del adolescente. Sin embargo, en Francia disfrutan con una excepción luminosa: subido a los zancos de la risa, Boris Vian consigue la alegría unánime. Y eso a pesar de que el escritor defendió siempre la euforia a dos pasos de algún abismo. Enfermo desde la infancia, al principio era feliz escuchando los discos de Duke Ellington, que luego fue padrino de su hija. Más tarde, con los libros y las canciones arrancó caretas o tuvo que luchar contra la censura. Los dirigentes políticos franceses no estaban todavía preparados para aceptar la libertad que pregonaban en los discursos. Vian combinaba como pocos la ligereza de la forma, los juegos, el fondo de desobediencia. Toda su obra contiene una saludable irreverencia frente a los tópicos y una buena dosis de ternura mezclada con la causticidad. Pasado el tiempo, su osadía artística y su viveza rebelde siguen inconfundibles. Y los jóvenes sonríen al hablar de él, porque las palabras y músicas de Boris Vian nunca huelen a cárcel.