Opinión

La moda

por Ignacio García May

24 diciembre, 2009 01:00


La noticia del saxofonista que durante el Festival de Sigöenza fue denunciado por un espectador que consideraba que el músico no estaba tocando lo prometido, sino "música contemporánea", demuestra que Valle Inclán sigue siendo el padre del naturalismo español. La cosa acabó, no ya como una escena de Valle, sino como un astracán de Don Pedro Muñoz Seca: uno de los guardias que intervinieron en la trifulca incluso se permitió dictaminar que el espectador tenía razón, ante el estupor del pobre saxofonista. Existe en nuestro país la pintoresca y estúpida creencia de que la democracia consiste en que cualquiera puede hacer y decir lo que le de la gana, cuando y como le de la gana, y sin hacerse responsable de ello. De semejante percepción del mundo se deriva esta tendencia a opinar de todo aunque no se sepa de nada, confundiendo dos cosas que Lessing separó en su momento: el gusto y la crítica. Pero, como dice Shakespeare, la reflexión no puede residir en aquellos que no piensan, y lo que al final acaba dictándolo todo es la pura y zafia moda. Así sucede en nuestro teatro: Angélica Lidell y Veronese son sendos ejemplos de creadores que, tanto si le gustan a uno como si no, llevan veinte años cultivando una línea de trabajo personal, seria e independiente sin que hasta ahora pareciera importarle a nadie. Precisamente porque me consta su rigor imagino que deben de estar ojopláticos ante esta obsesión por convertirles en tendencia. Mientras, profesión, crítica y público empiezan visiblemente a cansarse de nombres como Bieito o Lepage, por los que hace dos temporadas suspiraban y que ahora, ¡tan pronto!, les resultan tan pasados como los pantalones de pata de elefante.