Image: Nuestros preciosos ataúdes

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Opinión

Nuestros preciosos ataúdes

Por Juan Bonilla

12 marzo, 2010 01:00


Vivimos de los aledaños. No producimos lo suficiente para vivir, pero de momento hablar o escribir sobre lo que producimos, nos mantiene. ¿En qué otro negocio lo que se produce, produce mucho menos, que hablar sobre lo que se produce? Ya nos gustaría no tener que hacerlo, pero carecemos de la clientela suficiente. Y somos unos privilegiados: lo sabemos cada mañana cuando el despertador suena a las ocho y lo apagamos con la alegría del que puede volver a dormirse.

Supongo que por eso nos sacude la certeza de que apenas tenemos derecho a quejarnos. Nos invita a ir a Miami y a Nueva York una empresa llamada América lee español. Bicheamos por Internet y tienen una página en la que sale Gwyneth Paltrow hablando español. Damos el sí a seis actos y a mil euros de gratificación. Apenas nos sorprende que sea el Ministerio de Cultura el que se hace cargo de pasajes y soldada. Nada de mala conciencia. A la misma hora en la que damos el "sí quiero" hay un par de docenas de escritores y poetas tomando aviones hacia las ciudades más insólitas.

En Miami nos recoge un señor que deja las cosas claras: yo no tengo idea de literatura, pero sé vender libros. Los hechos demostrarán que tampoco: ni siquiera se ha provisto de libros nuestros que vender. Sin apagar el motor nos deja en el hotel y dice: mañana a las 8.30. La cena nos cuesta 42 $. A las 9.00 (10 $ de desayuno) estamos en un despacho de la Universidad de Florida. Hay cinco alumnos alrededor de una mesa. Preguntan cosas como, ¿cuáles son los libros fundamentales? Parece más bien un examen. "Todos los libros importantes hablan del mismo asunto: de nosotros", respondemos, y por alguna razón no se nos cae la cara de vergüenza. A las 12.00 -un segundo desayuno 14 $- estamos en carretera camino de una emisora de radio. Nos preguntan por el Barça y el Madrid, por la delincuencia en España. El representante de la empresa nos abandona allí, nos aconseja que comamos en un sitio cercano, y a las 17.00 estemos en un centro cultural donde leeremos unos poemas. Después del almuerzo (38 $) vamos al centro cultural. 16 personas, casi todas poetisas cubanas inéditas de entre 60 y 90 años, han ido a escucharnos. En el turno de preguntas una de ellas quiere saber ¿cuáles son los libros fundamentales?

El que nos ha contratado nos deja en la puerta del hotel a las 21.00 y nos dice que mañana será un día duro. Nos recoge a las 7.30. Fort Lauderdale es una bibliotecaria con la que pasamos 3 horas sin entender muy bien qué hace en el programa, y en Palm Beach hay nueve espectadores -casi todos ellos poetisas cubanas de entre 70 y 100 años-. A las horas de las comidas el contratista siempre tiene algo que hacer y nos deja solos (220 $ en total). El día ha sido duro, y mañana Nueva York, nos dice el contratista antes de abandonarnos en el hotel y citarnos a las 10.00 en el aeropuerto (25 $ de taxi).

En Nueva York más de lo mismo -el contratista ni siquiera nos espera en la cinta de equipajes: nos pide que tomemos un taxi por nuestra cuenta (48 $). Cuatro personas en el acto de la Biblioteca Pública, seis personas en un acto en Harlem, y al fin, sí, 50 personas en las Naciones Unidas (alumnos a los que han hecho leer un cuento nuestro). Al despedirse tras este último triunfo, el contratista -que habrá quedado con Gwyneth Paltrow- nos da una palmadita, suertudo, dice, dos días en N.Y. para disfrutarlos (comidas, taxis y cuatro horas en la Strand 850 $). Antes de abandonarnos pregunta, ¿cuáles son los libros fundamentales…? y termina la pregunta con una carcajada. Regresamos. ¿Mereció la pena? Ni de coña. Y lo que más subleva es que por el dinero que ha costado todo, las cosas podían haberse hecho mucho mejor. Pero el machadiano "hacer las cosas bien importa más que el hacerlas", quedó caduco cuando se impuso la famosa teoría de las cajas vacías establecida por Ferlosio: las cajas importan más que lo que contengan, de hecho da igual lo que contengan, lo único que importa es que se fabriquen cajas, actividades culturales. Un negocio en el que nos creemos protagonistas, pero sólo somos los comparsas que hacen posible que otros hagan su negocio. A cambio, hacemos turismo gratis. Y no nos quejamos. Y ahí estamos, dentro de la caja, prometiéndonos no hacerlo más…hasta que vuelvan a llamarnos. Gracias a nosotros, unos cuantos listos disfrazados de gestores culturales, viven también de los aledaños. De "nuestros" aledaños. Y viven mejor que nosotros. Porque ellos fabrican cajas, eso es todo. Nuestros preciosos ataúdes.