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Opinión

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Por Agustín Fernández Mallo

9 abril, 2010 02:00

Agustín Fernández Mallo


La legibilidad de un texto, su significado y comprensión, es algo que vuelve locos a eruditos y lectores. El ejemplo paradigmático sería Finnegans Wake, de James Joyce, un libro absolutamente incompresible, y del que ahora se edita una versión "pulida", tras una revisión que, dicen, ha llevado años y muchos quebraderos de cabeza, y más teniendo en cuenta que a la complejidad el texto se suma la de que existen más de 20 versiones "originales". Nunca llego a entender el ansia por esa legibilidad, no ya en esta obra, sino en general. Personalmente, las obras que más me gustan son las que no comprendo [quizá una de las características de lo que llamamos poesía], porque una metáfora no se entiende, y si se entiende en su totalidad deja de ser metáfora para convertirse en un símil o, directamente, en una simple identidad entre dos o más objetos. La metáfora entra en el cuerpo por un agujerito que no está localizado en su totalidad en el cerebro [es un decir, otra metáfora]. Hay cosas que hay leerlas como quien escucha música. Nada que entender.