Opinión

Pancho Villa

Portulanos

3 septiembre, 2010 02:00


El demoledor informe de la SGAE sobre la situación de las artes escénicas y la música en nuestro país se publicó a principios del verano. Habrá quien piense que eligieron la fecha a propósito sólo para amargarnos las vacaciones: ya se sabe lo malotes que son. Pero cifras cantan, y no quisiera ponerme pesado recordando que ya habíamos avisado en esta columna contra ese triunfalismo que últimamente se ha hecho tan común. Lo que el teatro está experimentando es algo que cualquier otra industria menos pagada de sí misma conoce con el nombre de deflación, lo cual significa, sencillamente, que cuando hay demasiada oferta y poca demanda, los precios caen en picado. Y esto es lo que nos pasa: tenemos más artistas que espectadores, un ejército como el de Pancho Villa, todo generales y ningún soldado. Cuando suceden las catástrofes económicas nos rasgamos las vestiduras, pero nunca cuestionamos nuestra responsabilidad directa en ellas. Es lo mismo que con el desastre educativo: se ponen mil excusas, pero jamás se menciona que hay ahí fuera un ejército de auténticos incompetentes dando clase sólo porque ninguno de ellos encontraba otro trabajo (aunque esto no se puede decir porque vienen los sindicatos y se enfadan). Dado que además la nuestra es la única profesión que se pasa por el forro las reglas del mercado en nombre de una presunta excepcionalidad cultural, es decir, que exige ser tratada como especie protegida tanto si lo hace bien como si no, el resultado inevitable es el hundimiento industrial. Como en la obra de Julio Wallovits que esta temporada llega a La Abadía, si todo el mundo es artista, ¿quién se encargará de lo importante, es decir, de todo lo demás?