Francisco Javier Irazoki
Paseo por Bruselas. Un familiar, nacido en una ciudad con el mismo nombre pero dentro del ambiente provinciano de los años treinta, me ha transmitido el tedio que padeció en la infancia y adolescencia. La realidad de 2010 es diferente. El hecho de que el Parlamento Europeo tenga su sede aquí contribuye a un cosmopolitismo agradable. Al punto me impresiona la belleza de su plaza central. En las cercanías se combinan con gracia edificios de estilos arquitectónicos opuestos, y lo moderno es menos fallido que en París.
Callejeo durante horas hasta detenerme en el museo de René Magritte. Tres pisos con cuadros, fotos divertidas y vídeos. Escucho risueño el francés de marcado acento belga de Magritte y Georgette, su esposa. Una vez más, André Breton es descrito como un ser eclesiástico, incapaz de permitir el menor gesto libre. Nueva caminata y llego al Parlamento Europeo. Los colores y formas del hemiciclo invitan a la siesta política. Por fin doy descanso a los pies y tarea deliciosa al estómago: caracoles y jamón comprados en una tienda española. Ya puede llover con la tristeza de noviembre.