Opinión

Gótico

Portulanos

29 octubre, 2010 02:00


El Tenorio es un caso curioso: una obra mediocre que, sin embargo, se vuelve a ver una y otra vez con deleite, que a los profesionales les encanta hacer, y que incluso suscita auténticos entusiasmos entre públicos habitualmente muy exigentes desde el punto de vista intelectual. Éste, por cierto, es un fenómeno cultural muy moderno; no en vano los cinéfilos contemporáneos reivindican sin ambages el placer de las malas películas, sobre todo si son del género fantástico. Lars Von Trier o el cine iraní conmueven en el aparato cultureta de los festivales, pero lo que verdaderamente le pone a un buen aficionado es una sesión golfa con vampiresas de la Hammer y asesinos psicópatas de Dario Argento. En este sentido no debe olvidarse que el Tenorio está más cerca de Dumas o de las hermanas Brönte que del Burlador de Tirso. Se trata de una historia de fantasmas, la versión patria del melodrama gótico y, a su manera, una cumbre de nuestro romanticismo. Como hoy lo único que importa de las fiestas es hacerlas, esto es, no ir a trabajar, la gente no distingue entre unas y otras. Pero el primero de noviembre es, según todas las tradiciones, uno de esos momentos en que se abren las puertas entre este mundo y el otro. Acaba el verano y empiezan los meses durante los cuales Perséfone habitará bajo tierra.

La vinculación del Tenorio con el Día de Todos los Santos es, por tanto, natural. Y resulta, además, que la obra funciona tanto mejor cuanto más en serio se monta, sin modernizaciones caprichosas ni zarandajas de director con pretensiones: la historia terrorífica de un hombre arrogante al que le toman la palabra desde el más allá.