Opinión

La blasfemia

Por Ignacio García MayVer todos los artículos de 'Portulanos'

21 enero, 2011 01:00


Pese a lo que se suele creer, la censura franquista fue más estricta en materia de religión que de política. Se podía, por ejemplo, utilizar a los comunistas como motivo de cachondeo, y así sucede en aquella comedia con guión de Mihura en la que unos comisarios soviéticos, tipo Ninotchka, mandaban a España a Alfredo Mayo, Antonio Vico y Juanjo Menéndez para sabotear el turismo nacional. Pero con Dios y con la Iglesia no se toleraba ni la más mínima salida de tono. No sorprende descubrir que, a lo largo del siglo XX, otros países más democráticos y menos religiosos que el nuestro hayan sido igualmente prudentes en el trato que su ficción dramática daba, en términos generales, a la religión católica y sus representantes. Dado el inmenso poder político de la institución eclesiástica, no convenía ponerse demasiado a mal con ella y resultaba más provechoso jugar a dos barajas. Por eso un personaje sacerdote podía darse a la bebida y la desesperación, como sucede en El poder y la gloria de Graham Greene, pero también conservar íntegra su dignidad.

Sin embargo, este muro, como tantos otros, cayó hace ya mucho tiempo, y hoy la tendencia es declaradamente anticlerical. Viene esto a cuento del escandalito (y lo escribo con minúscula porque temo que no dé para mucho más) originado en ciertos ámbitos por el nuevo espectáculo de Rodrigo García. Es chocante esta relación entre los curas y los anticlericales: unos van a ver las obras de los otros sabiendo de antemano que les van a cabrear y los otros están a su vez permanentemente pendientes de los unos, como si fuera eso lo que les pone a tono. Francamente, no sé qué grupo es más antiguo de los dos.