Agustín Fernández Mallo

Hacía quince años que no visitaba Extremadura, y el tren me dejó en un apeadero, en unos campos que me parecieron Wyoming, casi era de noche, nubes oscuras con horizonte rojo; posé la maleta. Había tenido que coger esa ruta alternativa por no llegar a tiempo al tren directo Madrid-Plasencia. Nadie me estaba esperando. En ese momento te preguntas, ¿y si estoy obligado a quedarme aquí? Demasiadas películas, pensé en Acción mutante. Demasiadas lecturas, pensé en un relato de Benet, que describía la resignación de un viajante de comercio condenado a vivir en apeaderos, parecidos a éste, me dije. A los 5 minutos apareció un coche, me saludó, me metí en ese coche y ya todo volvió a una un escenario conocido. Una conferencia en Plasencia, otra en Cáceres, y dos poetas, relativamente jóvenes, se me acercan y me regalan 2 libros, Breve biografía apócrifa de Walt Disney (José Mª Cumbreño), y Del tiempo, los cambios (Urbano Pérez Sánchez). Los leo en la habitación del hotel, y me parecen muy interesantes, llenos de hallazgos, imágenes que me comunican algo más que palabras. Dos días más tarde regreso al apeadero. De nuevo el sol se está ocultando, de nuevo no hay nadie, de nuevo hace frío y no hay dónde resguardarse.
Lo que ahora temo es que no llegue el tren. Pienso en lo raro que es que dos libros que nada tienen que ver con apeaderos, ya estén, en algún lugar de la galaxia, asociados para siempre a ese apeadero.