El Ciudadano Encrespado hizo su entrada en los juzgados de guardia como si fuera un personaje de ópera romántica: dando voces y gesticulando mucho. ¡Quiero poner una denuncia!, proclamó. El secretario judicial sacó papel y bolígrafo y le preguntó la causa. Acabo de estar en el teatro, dijo. Eso, de por sí, ya era denunciable, pero lo que reconcomía al colérico representante de la sociedad civil era otra cosa. He ido a ver La venganza de Don Mendo, dijo, ¡y hablan en verso! Ante esta revelación al secretario se le cayó el bolígrafo de las manos. ¡No!, exclamó. ¿Lo dice usted en serio? ¡En verso, señor mío!, confirmó el interfecto. Y eso, añadió, es profundamente antidemocrático y hiere, también profundamente, mi sensibilidad. Porque, ¿para qué hemos inventado, si no, la prosa?



Avisaron al Juez Probo, que se mostró afectado ante tan grave imputación. Ha hecho usted fenomenal, le dijo al Ciudadano. Hay que ponerle coto a este tipo de abusos cuanto antes por el bien de la salud mental y física de la ciudadanía. ¡La democracia con sangre entra! Llamaron a declarar al productor del espectáculo quien, acorralado ante el interrogatorio del magistrado, se defendió diciendo: ¡No es verso, su señoría! Se trata de prosa alambicada. Pero el Juez era zorro viejo y no picó: inmediatamente dictó multa y la perpetua para el productor que había tenido semejante osadía. Al Ciudadano, en cambio, se le recomendó para la Orden del Colaboracionismo Civil con hojas de parra y subsidio de chivato ejemplar. A la mañana siguiente empezaron a circular por el mismo juzgado otros ciudadanos dispuestos a dar nombres. A Cervantes le cayeron veinte años. Ya estaba acostumbrado.