Fernando Aramburu



No es España un país fecundo en acontecimientos colectivos afortunados. Quizá por dicha razón numerosos españoles hacen del deporte una patria. Afirmó el poeta Gil de Biedma que la española es de todas las historias la más triste porque acaba mal. Cuarenta años de opresión, sumados a varios siglos de decadencia política, acaso expliquen esa hipérbole. Hay, no obstante, en el curso de las generaciones españolas malquistadas, un lance venturoso que interrumpe la larga línea de cruentas desavenencias. Es la Transición. Fuerzas políticas de signo diverso, ayer enemigas, hoy rivales, acuerdan poner en marcha una reforma democrática que ha determinado positivamente la vida social española hasta la actualidad. Ese proceso de consenso, que fue todo lo contrario de un camino de rosas, lleva la impronta de Adolfo Suárez. Sabido es que su historia personal es triste, no así el periodo histórico que él contribuyó a fundar.