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Opinión

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Por Agustín Fernández MalloVer todos los artículos de 'Ctrl+Alt+Supr'

25 marzo, 2011 01:00

Agustín Fernández Mallo


Estos días, debido a los sucesos ocurridos en Japón, sólo se habla de Apocalipsis. Resulta sorprendente cómo las palabras que describen y definen el fenómeno, -"desastre", "tragedia", "seísmo"-, en un momento mutan, en lenguaje periodístico, a Apocalipsis, palabra que parece que hay que escribir con mayúscula, pues representa algo único, palabra que resuena en el imaginario como destrucción total del Mundo y, como tal, pertenece al género de la ficción, prueba empírica de que el periodismo es un género literario -como la novela o la poesía-, que, intencionadamente o no, fabrica relatos no muy alejados de, por ejemplo, la película de principios del los años 70, El hundimiento del Japón, en la que ya la industria del cine japonés ficcionaba la desaparición de su propio país. A muchos, esto no nos escandaliza porque ya sabíamos que las informaciones vertidas por los medios no son la realidad, sino una representación de la realidad, y como tal son ficciones en mayor o menor medida -véase, si no, la estéril polémica mediática creada en torno a la película A serbian film-. No hay pueblo, época y cultura, que no haya ficcionado su Apocalipsis a través de relatos poéticos o científicos. Es como el ojo, que, en realidad, no ve: en él la imagen casi se borra, es de pésima calidad, y es el cerebro quien organiza e inventa la visión para dar la imagen en alta definición que obtenemos. Si hasta el cerebro inventa, cómo no iba a hacerlo un género narrativo llamado periodismo. Ello no impide que se pueda ser más cuidadoso, tratar de construir ficciones más creíbles.