Fernando Aramburu



Han vuelto. Menudas tres: Alexandra, Jane (la roncadora, que no llegará al final del libro) y Sukie. Las conocimos en una novela anterior, de lectura conveniente para entender esta segunda. Allí tenían treinta años menos y eran poco adictas a las convenciones morales de Eastwick, su ciudad provinciana, donde ejercían de brujas traviesas, consoladoras de maridos ajenos e insatisfechos. Luego las vimos subidas a las pantallas de los cines, con rostros prestados por famosas actrices y con Jack Nicholson sacado a escena para beneficiárselas a todas. Son figuras de un divertimiento narrativo en absoluto superficial, bien asentado sobre una escritura cuidada (de no sencilla traducción, según me han dicho). El desenfado, las ocurrencias maliciosas, la facilidad venérea de las tres amigas, ahora ancianas, componen un cuadro de incuestionable amenidad que rebasa la mera sátira de la emancipación femenina. Updike las volvió a convocar en su última novela.