Agustín Fernández Mallo



Hace unos días viajé a Córdoba, Festival Cosmopoética, invitado, junto con Germán Sierra, a un ciclo de conferencias que tenían como tema común las relaciones entre las matemáticas y la poesía, comisariado por Javier Moreno. Germán Sierra, novelista y especialista en neurociencia, vertió durante su magistral conferencia la frase del referente mundial en teoría de la complejidad biológica, Stuart Kauffman: "un organismo es una hipótesis", por cuanto el cerebro gasta una parte muy importante de su espacio y energía en pensar hipotéticos problemas, normalmente asuntos cotidianos, y sus consiguientes posibles soluciones: el cerebro está ficcionando constantemente, y esa es la diferencia entre nosotros y el resto de seres vivos. La sustancia de lo humano como un buscador de ficciones entre las miles de posibilidades. De paso, eso demuestra que lo que llamamos poesía es un elemento connatural al ser humano. Entonces, mientras Germán pasaba imágenes del ADN y de Ikea, pensé, ¿qué es una novela sino una radicalización de la sentencia de Kauffman?, ¿no es acaso una novela una hipótesis, el ensayo de una posibilidad, la construcción de un mundo imposible aunque verosímil? Pensé las novelas como trozos de cerebro que llevamos fuera de nosotros -como quien llevara su hígado en una bolsa-, por ahí circulando, una red compleja de materia gris que ha sido sometida a un mecanismo de transubstanciación superior al que, para ciertas religiones, convierte el pan en masa corporal divina.