Fernando Aramburu



El hambre del cavernícola, la del irlandés de 1844 o la del norcoreano esta mañana son la misma. Lo que ha cambiado, y no para mal (aunque todavía hay mucho camino por delante), es nuestra manera de interpretar y combatir el hambre colectiva. La convicción fatalista que equiparaba las hambrunas con fenómenos naturales y castigos divinos pasó a la historia. Hubo quienes las atribuyeron a la vagancia. (Recuerdo un chiste repulsivo de colegio: ¿Tienen hambre? Que coman.) La eficiencia solidaria prefiere considerar el hambre un problema político que requiere soluciones políticas. Alega con razón que existen medios logísticos, que se sabe dónde hace estragos y a quiénes afecta la pobreza extrema. No sirve de nada escandalizarse ante el televisor, murmurar acusaciones y seguir comiendo. Un cuenco de misericordia comestible llena el estómago un día. El hambre de todo el año sólo pueden aplacarla unas condiciones sociales dignas.