Fernando Aramburu



Es improbable que un hombre público redacte seiscientas páginas para ponerse a caldo. Las de Tony Blair no incurren en excesos de franqueza. Predomina en ellas la técnica afirmativa, con más volutas de justificador que sencillez de confesante arrepentido. No pocos pasajes contienen elogios destinados a quien los escribió. Fue un guapo del poder, un poco de derechas, un poco de izquierdas, según las conveniencias y el arte de gustar; un bien vestido con ribetes de patriota, complacido en asemejarse a un líder modernizador. Sin embargo, jugó imprudentemente las viejas bazas del imperio. Denomina a la escabechina de Irak "pesadilla", como si la hubiera sufrido él más que ninguno por la noche, en la cama. A ciertos ciudadanos británicos en edad de fallecer en dichos sueños se les ocurrió acudir a las librerías a colocar las Memorias de Tony Blair en la sección de novelas de crímenes.