Arcadi Espada



Amables disputas filológicas en Méjico. Sobre México. Si hay algo que he tenido que explicar dos mil veces y una es que la traducción viene del roce. Y lo que trae el roce. ¡Es que el país se llama México!, profieren con gran amor propio. Hummm. Eso hay que verlo. ¿Cómo se llama Londres? En mi caso, con Méjico, hay aparte del cariño otras cuestiones connotadas. Utilizar la /x/ para pronunciar /j/ es como si me metieran en una armadura de parador iribarne. O como si tuviera que escribir el Solito en una imitación de manuscrito, con los bordes quemados. La x de don Pedro Ximénez, solera vieja. Luego, sin jota, está la cosa hamburguesa y narcótica del tex-mex. Que esas disipaciones privadas encajen con la evidencia de que fueron los griposos colonizadores españoles los que lo llamaron México, porque aún no se había inventado la jota y destruyendo de paso el argumento azteca (sinécdoque) de que la jota jode porque jabe a España, tiene una importancia relativa. Más allá del roce, de lo que se trata es de mi Méjico, mi Londres y mi Cataluña. Es decir, de mi libertad de hablar. Una libertad perfectamente contrabalanceada con la libertad que tiene los otros de escucharme. Y también de hablarme. El problema clásico del poder y del mercado. El caso mío de hace más de treinta años cuando las noies, melosas, empezaron a llamarme Arcadi, siendo yo Arcadio de origen, tipo mex. ¡Ay de mí, si no hubiese escuchado!